Isabel, después de años de relación con su novio, ve su mundo desmoronarse cuando él revela que está comprometido después de un viaje que, en teoría, debería haber fortalecido su vínculo. Devastada, decide poner fin a la relación, anhelando un nuevo comienzo. La vida da un giro inesperado cuando Isabel recibe una oferta de empleo para trabajar en un lugar prestigioso, una oportunidad que parece perfecta para dejar atrás su dolor. Sin embargo, desconoce que el dueño de la empresa que la contrata es el tío de su exnovio. Al descubrir este vínculo, Isabel decide aprovechar la situación a su favor, ya que descubre que el tío está planeando acabar con la empresa de su sobrino por razones personales.
Leer másMe encontraba llena de emoción, meticulosamente preparando en el hogar de José para la bienvenida de su viaje, mi compañero de una década. Nuestra historia se remontaba a nuestros años de adolescencia, cuando nos conocimos a la edad de doce años en la escuela. Fue allí, después de ganar una beca para ingresar a una prestigiosa institución, que floreció nuestra amistad, que eventualmente se transformó en un amor que perduró a lo largo de los años. Sin embargo, nuestras vidas estaban marcadas por notables diferencias: yo provenía de un barrio humilde, luchando tenazmente por mis metas, mientras que él vivía en la opulencia. Adaptarme a sus expectativas resultó ser un desafío considerable.
La casa, testigo mudo de la prosperidad de la familia de José, estaba destinada a convertirse en su herencia nupcial, un detalle que se hacía cada vez más evidente mientras me afanaba en los preparativos. Con el rostro ligeramente cubierto de harina, había solicitado a mi suegra el espacio necesario para recibir a José, quien, como heredero de una familia adinerada, se movía en esferas muy diferentes a las mías.
—¡Ah, debe ser el postre que encargué! —exclamé, apresurándome hacia la puerta para recibir al repartidor con una sonrisa y realizar el pago correspondiente.
De vuelta en la cocina, completé la preparación de la mesa con el resultado de mis esfuerzos culinarios, esfuerzos que se habían visto limitados en los últimos meses debido a las restricciones impuestas por José. Su mentalidad conservadora sostenía que una mujer debía permanecer en casa, aunque yo, respaldada por mis ahorros, no veía problema en ello. Sin embargo, las tensiones surgían, y mi adaptación a sus exigencias se volvía cada vez más complicada.
Tras finalizar los arreglos, subí a la habitación para darme un baño y seleccionar cuidadosamente la mejor lencería de mi colección. Contemplándome en el espejo, fui alertada por el sonido de las llaves en la puerta. Decidí, con resolución, dirigirme a la habitación contigua a la de José para sorprenderlo. Dejé la puerta entreabierta, consulté el reloj, marcando las 9:00 p. m., y esbocé una risa auténtica que pronto se extinguiría al escuchar otras risas.
—¿Por qué tardaste tanto? —preguntó una voz femenina entre risas. Abriendo la puerta ligeramente, asomé la cabeza para presenciar a José llevando a una mujer hasta su habitación. Mi corazón comenzó a latir desbocado. Cerré la puerta con cuidado y me apoyé en ella, respirando con dificultad. La oscuridad de la habitación se cernía sobre mí, solo interrumpida por la tenue luz lunar que se filtraba entre las cortinas. Fue entonces cuando una mano tocó mi hombro.
—¿Estás bien? —inquirió una voz masculina. Me sobresalté, ya que se suponía que estaba sola en casa. Sin embargo, en la penumbra, unos ojos marrones se revelaron, iluminados por la luz tenue que se filtraba. Mi corazón latía con fuerza; había olvidado por completo la lencería que llevaba puesta, revelando más de lo que pretendía. Corrí hacia el baño adjunto y me envolví en una bata.
—¡Perdona! —murmuré. —No era mi intención. No sabía que había alguien más aquí… Yo…
Mis lágrimas brotaron cuando él tomó mi mano y me condujo hasta la cama.
—¿Isabel, verdad? —comenzó. Asentí. —Pensé que ya te lo había dicho. Parece que mi hermano prefiere que José se case con alguien de su mismo estatus social. José es un verdadero perdedor… ¿Cómo podría cambiar una mujer así?
Traté de ajustar mis ojos a la tenue luz; él tenía la mano en mi muslo, y la proximidad era tal que un beso podría robarse. Enfurecida por lo de José, tomé el rostro del joven y me instalé en sus piernas.
—¿Me encuentras atractiva? —inquirí con voz provocadora.
—Ahora que haces esto, eres sensual, Isabel —respondió él, colocando sus manos en mis caderas. Apenas veía algo, pero podía sentir su respiración en mi cuello. Debajo de mí, percibí cómo crecía su intimidad. En ese instante, mi provocación se desvaneció y descendí bruscamente de sus piernas.
—Debo irme… José no puede saber que estuve aquí.
—¿Te llevo? —ofreció él sin insistir.
Detuve mi reflexión sobre si sería apropiado regresar a mi apartamento en una bata, en autobús. Asentí, recordando de repente que la bata no sería suficiente para la ocasión.
—Si no es molestia… —vacilé, consciente de la intriga de mi elección. No debía permitir que él hiciera lo que José hacía. ¿O sí? Extrañamente, no me sentía tan culpable como debería. Aguardé en la cama mientras él se cambiaba.
—Por cierto, soy Alessandro —se presentó, estrechándome la mano. Salimos de la habitación, y yo salí primero para evitar que José sospechara. Al descender las escaleras, capté susurros.
—¿Tío? —era la voz de José. —¿Estabas aquí?
—Sí, llegué por la mañana. Tu madre me dio la llave. Voy a salir… ¿Estás con Isa?
—Sí, con ella. —Quise subir y enfrentarlo, pero salí de la casa y esperé afuera.
Alessandro salió, y fue entonces cuando lo noté: su piel canela, su presencia imponente y, sin duda, un cuerpo esculpido por el ejercicio. Algo en mí empezó a sentirse extraño, una sensación que creía haber perdido en los últimos años, algo que resurgía en ese instante.
Después de la intensidad del juicio y la confirmación de la culpabilidad de Johan, Alessandro y yo decidimos celebrar nuestra victoria de una manera muy especial. Planificamos una cena romántica en el mejor restaurante de la ciudad, el mismo lugar donde tuvimos nuestro primer encuentro memorable. Queríamos marcar un nuevo comienzo juntos, celebrando no solo nuestra victoria legal, sino también nuestro amor y compromiso el uno con el otro.Nos vestimos con nuestras mejores galas para la ocasión. Alessandro lucía impecable en un elegante traje negro, y yo llevaba un deslumbrante vestido rojo que él había elegido especialmente para mí. Nos miramos el uno al otro con complicidad y emoción antes de salir de casa.Cuando llegamos al restaurante, nos recibieron con una cálida bienvenida y nos condujeron a nuestra mesa, estratégicamente ubicada en un rincón íntimo con vista
El día del juicio por la demanda de secuestro y obstrucción de la justicia de Johan Korch llegó, y esta vez, yo estaba preparada para enfrentarlo no solo como víctima, sino también como mi propia abogada. Me había pasado noches enteras preparando mi caso, reuniendo pruebas y ensayando mis argumentos en el espejo.Me encontraba frente al tribunal, con los nervios a flor de piel pero determinada a hacer justicia. Johan estaba sentado en el otro lado de la sala, con una expresión arrogante en su rostro que solo avivaba mi determinación.
Después de escapar del terrible secuestro, me encontraba en un estado de shock y agotamiento emocional. Alessandro me llevó a casa y se aseguró de que estuviera cómoda y segura antes de partir para ocuparse de algunos asuntos urgentes. Mientras tanto, me sumergí en un baño caliente, dejando que el agua caliente calmara mis nervios y lavara el miedo que aún se aferraba a mí.A medida que me recuperaba físicamente, mi mente comenzaba a dar vueltas. Me preocupaba qué había sido de aquellos hombres que me habían secuestrado. ¿Serían capturados y llevados ante la justicia? ¿O escaparían y continuarían causando daño a otras personas? La incertidumbre me carcomía por dentro, pero sabía que no podía permitir que el miedo me dominara.Después de un par de días de descanso, recibí la visita de Alessandro, quien en
El miedo me paralizaba mientras sentía cómo el hombre se abalanzaba sobre mí, sus manos ásperas explorando mi cuerpo con violencia. Mi corazón latía con fuerza, mis manos atadas inútiles mente, mi boca reseca, incapaz de pronunciar una palabra. Cerré los ojos con fuerza, deseando con todas mis fuerzas que alguien viniera a salvarme. Entonces, un golpe seco resonó en la habitación. Abrí los ojos con sorpresa para ver al hombre retroceder, sosteniendo su mandíbula con expresión de dolor. Antes de que pudiera reaccionar, otro golpe lo hizo caer al suelo. Parpadeé aturdida, tratando de procesar lo que estaba sucediendo. —¡Isabel, estoy aquí para salvarte! —una voz conocida resonó en la habitación. Levanté la vista para ver a Alessandro parado en la entrada, con la mandíbula tensa y los puños apretados. Mis ojos se llenaron de lágrimas de alivio al verlo. Alessandro se acercó rápidamente, desatando las cuerdas que me ataban y ayudándome a levantarme del suelo. Sen
La decisión de permanecer estática cuando la camioneta pasó había sido un grave error. La camioneta volvió. De ella salieron unos tipos que corrieron hacia mí. —Solo te diré dos cosas —dijo uno de ellos, colocando un arma en mi espalda—. Primero, no grites… —su voz era firme, amenazadora—. Y segundo, camina hacia la camioneta. No te haremos daño si sigues esas dos sugerencias. Sin más opción, avancé hacia la camioneta. En ese momento, vi a Alessandro llegar y correr hacia mí, pero era demasiado tarde; ya estaba dentro de la camioneta. Intenté luchar para liberarme y regresar a los brazos de Alessandro, pero antes de que pudiera hacer algo, sentí un golpe en la nuca que me hizo desplomar. Cuando recobré el conocimiento, todo estaba oscuro. Una bolsa cubría mi rostro, impidiéndome ver, y escuchaba las voces de hombres discutiendo sobre qué hacer conmigo. Intenté moverme, pero estaba atada de pies y manos, sentada y expuesta a una luz brillante. —¿Deberíamos esperar al patrón? —pregu
Allí estábamos, Alessandro y yo, elegantemente vestidos, cuando recordé que la próxima semana sería el último juicio de sucesión.—Recuerda que el lunes es el último juicio —dije, ajustando mi vestido—. Creo que podemos ganar, si prestamos atención. Tu primo José, o quien sea, no tiene por qué ganarlo. Según las leyes…—Isabel, estaremos en una fiesta. Olvidemos un rato, todo ese ajetreo —rio él. Dejé de lado todas las preocupaciones y lo besé. Nuestra relación había mejorado desde aquella cena con lasaña en salsa blanca, pero aún manteníamos en secreto nuestra relación en el hotel, aunque me resultaba difícil contenerme con este hombre. Descendimos del auto y nos dirigimos al piso del hotel de la invitación. Alessandro tomó mi mano en el ascensor, pero no pude resistirme y lo besé con pasión. Él me correspondió y me pegó contra la pared del elevador. La temperatura subía solo por besarnos. Nos deseábamos como nunca antes. Sus manos exploraron la abertura de mi vestido, deslizándose p
Último capítulo