Torbellino de amor
Torbellino de amor
Por: Bre89
Capitulo 1. Azul

Es lunes, abro mis ojos y respiro profundamente, es lo que más disfruto por las mañanas; respirar un nuevo día y aunque algunos son más difíciles que otros, me recuerda que estoy viva. Son las 5:00 a.m. Me levanto de la cama desperezándome, sintiendo el frío suelo de mi recámara, tomo una ducha rápida y cepillo mis dientes; me visto sin olvidar mis botas de campo negras, bajo a desayunar algo ligero y salgo con toda la energía, lista para trabajar.

A mis 26 años he logrado más de lo que esperaba, soy ingeniera agrónoma con una maestría en ciencias agropecuarias, además de trabajar en mi hacienda, también lo hago para las demás haciendas de este hermoso departamento situado en Centroamérica, mi amado Olancho. Catacamas, es una ciudad que ha crecido enormemente en su población los últimos años.

—¡Señorita! Azul amaneció malito —me dice mi capataz Ignacio ¡esto no puede estar pasando! No mi Azul, es mi caballo iberoamericano de cinco años, el mejor regalo que mi padre me dejó.

—¡Buen día Ignacio! —contesto seria, pero tranquila mientras mastico una hojita de menta.

—¿Qué le sucede? Ayer estaba perfecto, lo monté y no noté nada extraño en él —Ignacio luce preocupado.

—Ahorita que lo iba a cepillar no quiso moverse, lo revisé y no tenía nada malo, pero se ve débil —voy caminando a toda prisa en lo que él me va informando, Ignacio es un hombre de mi total confianza, un excelente y leal trabajador.

Me acerco al establo con mucha preocupación, debo llamar a Ramón quien es el mejor veterinario del país y uno de mis mejores amigos. Cuando entro lo veo echado, alza su cabeza y me ve con sus ojitos tristes intentando ponerse de pie, lo logra con mucha dificultad.

—Hola mi Azul —le hablo con todo el cariño que le tengo en mi corazón —. ¿Qué le sucede a mí campeón? —Toco su cabeza y sé que deben revisarlo de inmediato —¡Todo va a estar bien! —Le digo con certeza, haré lo imposible por qué lo esté. Saco mi teléfono y le marco a Ramón, me contesta en seguida.

—¡Buenos días T**i! ¿Todo bien?

—¡Buenos días, Beto! Discúlpame por llamarte tan temprano —sé que escucha mi tono de preocupación me conoce desde niña, Ramón Alberto es mi amigo desde que tenía cinco años.

— ¡Qué va! Ya sabes que soy un hombre sexy y madrugador —sonrío, siempre es así logra sacar lo mejor de mí en las peores situaciones —cuéntame, ¿para qué soy bueno?

Sin demora le explico lo que sucede con Azul, me da unas cuantas instrucciones en lo que llega, Ignacio y yo hacemos todo lo que nos indica y vigilamos cualquier movimiento de Azul. Los minutos se me hacen eternos, a lo largo escucho la camioneta de Beto, sé que todo estará bien o al menos eso es lo que deseo.

Mi madre aún no ha despertado, no es madrugadora pese a que se casó con un hombre de rancho. Mis padres eran completamente diferentes el uno del otro, pero se amaron tanto, su muerte nos dejó destruidas emocionalmente. Él era sobreprotector y gracias a eso nos dejó muy bien económicamente, varios millones en dos cuentas diferentes, la de mi madre y la mía, más esta enorme hacienda.

Los empleados viven en una zona ubicada atrás de la hacienda en dónde hicieron sus casas, papá les donó el terreno, así de enorme era su corazón, lo extraño tanto... Mi vida jamás volverá a ser la misma, Azul fue el último regalo de cumpleaños que me dio, por eso es tan valioso para mí que no imagino perderlo también.

—¡Titi ya estoy aquí! —me da un beso y un abrazo cálido —vamos a ver a este fortachón— Su tono tranquilo hace que mi ansiedad disminuya.

—Gracias por venir tan rápido, estoy muy preocupada.

Beto comienza a revisarlo minuciosamente, mientras tanto le doy instrucciones a mi capataz de las tareas del día ya que no me gustan los retrasos, ni los errores, todo tiene que salir como se debe.

—Muy bien patrona, así se hará —me lo dice con mucho respeto y admiración.

—Ya te he dicho Ignacio que me llames por mi nombre, Edith —odio ese tipo de etiquetas de superioridad.

— Lo siento, es que me cuesta mucho trabajo lo intentaré señorita Edith —se va a toda prisa para dirigir a los empleados.

—Es un fallo renal leve —me dice Beto y nota la tristeza en mis ojos. Me explica que es reversible y el tratamiento que debo darle, todo fue a tiempo, se va a recuperar.

—Beto, no sé qué haría sin ti —le doy un abrazo de agradecimiento.

—Un rico desayuno como los que hace nana Thelma sería perfecto —ama la comida de mi nana, ¿y quién no?

—Pero por supuesto, le encantará verte por aquí sabes que te adora, ¡vamos! —nos dirigimos hacia la cocina.

Entramos, todo parece como nuevo, aunque, hay cosas antiguas como la mesa de madera en la que comen los trabajadores y un bello horno de barro en el que mi nana hace la mejor repostería. Los electrodomésticos son de última generación haciendo una combinación entre lo nuevo y viejo. Tres muchachas ayudan a mi nana en la cocina y otras tres hacen el aseo de la casa, todas ellas hijas de los trabajadores de la hacienda.

—¿¡Cómo está la mujer más bella de esta hacienda!? —mi nana se ríe, ya sabe cómo es Beto y le da un abrazo.

—Mi niño, te veo más delgado —lo dice con tono de preocupación, pero ella a quién no ve delgado en unos días puede m****r a cualquiera rodando.

—Tú no me alimentas —le dice como niño, volteo mis ojos la misma escena de siempre.

—¿Cómo esta Azul? —nos pregunta mi nana, en esta hacienda las noticias vuelan. Beto le explica todo y ella se relaja porque sabe que seguiré todo al pie de la letra y que mi caballo se recuperará. Dejo a Beto desayunando y me despido.

Me dirijo hacia los cultivos de maíz, el sol es abrasador por eso siempre me pongo mi sombrero y protector solar, luego recorro las caballerizas, tenemos 25 caballos entre ellos; iberoamericanos, españoles, peruanos y caballos criollos, reviso que todo se haya hecho como lo pedí y noto que la vacuna se puso con un día de retraso.

—¡Que carajos! Marcio explícame esto —digo muy molesta, detesto los errores sin ninguna razón, Marcio es el encargado de los caballos él me ve muy nervioso y apenado.

—Señorita Edith las vacunas llegaron tarde y las pedimos con tiempo —mi rostro se relaja.

— Muy bien, busquemos otro proveedor a partir de este momento, no voy a tolerar este tipo de tonterías —termino mi recorrido con mis pensamientos en Azul.

Mi día va de una cosa en otra y cuando veo mi reloj son las tres de la tarde ¡Dios! ¡Otra vez se me pasó el almuerzo! Mi nana va a estar furiosa, odia que me salte las comidas y ya me imagino a mi madre diciendo que voy a enfermar, que no descanso, etc., rápidamente subo a mi caballo Dante el que utilizo para desplazarme dentro de la hacienda.

En el camino hacia mi casa, veo el bello paisaje que la vida me regala y no tengo nada más que agradecer, pero antes de todo voy a ver a mi Azul y me estoy unos minutos con él, me despido con cariño y dejo un empleado para que le cuide el resto de tarde y de la noche, de igual forma sé que estaré viniendo a verlo en la madrugada, no podré dormir sabiendo que esta así.

Entro a la sala de estar quitándome el sombrero, estoy hecha un desastre muy despeinada, con sudor en mi rostro y mi ropa sucia. No me percato que no estoy sola, veo que mi madre y un hombre que sé que conozco, pero no recuerdo de dónde platican muy tranquilos en la sala. Los ojos de ese hombre de inmediato se clavan en los míos, es guapísimo debo admitir luce una barba bien hecha y retocada, cejas pobladas, una mirada profunda y boca perfecta, mis sentidos se ponen en alerta.

—¡Hija! Tenemos más de una hora de estar esperándote, no llegaste a almorzar y como siempre no contestas tu celular, ¿estás bien? —me dice preocupada, su rostro cambia al verme así y sé que esta avergonzada por su visita.

—Madre, ya sabes cómo paso mis días sumado a que Azul esta delicado —el hombre no deja de verme de pies a cabeza, me siento un tanto nerviosa.

—Lo se cariño... Ven, no sé si se conocen ya —noto un poco de emoción en sus palabras, esto no me está gustando.

—Él es Raúl Montes, el hijo de Alberto y Helena Montes los dueños de la hacienda Margarita —se pone de pie, es alto y con una seguridad que jamás le vi a nadie me tiende la mano.

—Un gusto, Edith ¿cierto? —¡Dios mío! Que voz tan varonil, mi rostro no refleja ningún tipo de sentimiento, soy muy buena controlando mis emociones.

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