Una enfermera comenzó a llamarnos.
—¡Familiares de Ana Marshall! —De inmediato me acerqué hasta ella con la ansiedad a flor de piel—. ¿Usted es su esposo? —indagó.
—Sí. Dígame cómo se encuentra mi esposa —prácticamente rogué y ella negó con la cabeza, causó que mi corazón se detuviera por instantes.
—Lo lamento, señor, pero no tengo esa información —acotó al notar mi pálido semblante—. Vine a comunicarle que su hijo se encuentra en la habitación asignada tanto para él, como para su madre. Estamos cuidando de él, pero sería bueno para el pequeño tener a su padre cerca, dada las circunstancias. —Asentí y Jonás se acercó hasta nosotros.
—¿Podemos verlo? —preguntó ansioso.
—Lo pueden ver por