—Sí, gracias —respondí confundida, dirigí mis ojos al rostro del hombre que no me soltaba y aunque no recordaba de dónde, sus facciones y esos orbes eran familiares para mi memoria.
—¿Ana? —preguntó y lo miré confundida. Era evidente que me conocía, pero ¿de dónde?
—¿De dónde me conoce? —respondí con otra pregunta y su rostro se suavizó, mientras se asomaba en sus labios carnosos una sonrisa perfecta que dejaba ver unos hoyuelos a los costados que enloquecerían a cualquiera. Se parecía mucho a Erick de la sirenita, y de pronto lo recordé. Era el hombre de la playa, con el choqué cuando huía del hotel por aquel malentendido con Diego. Por Dios, ese hombre me recordaba a la perfección.
¿Cómo era posible?
Al notar la sorpresa en mi rostro, sonrió más amplio.