Te Encontre
Te Encontre
Por: Monn Star
Capitulo 1

Hoy era su cumpleaños. Desde las 6:00 am por fin cumpliría los dulces 30 años. Annett suspiró, enviando un soplo de vapor al frío aire. 

Entonces, ¿por qué estoy aquí fuera, en mitad de las montañas, escuchando a un la radio hablar a un guía turístico sobre los viejos bosques de Rusia? 

Porque le había hecho una promesa a un hombre muerto, por eso. El excéntrico, aunque querido, abuelo Alexi siempre había esperado el amanecer de su cumpleaños junto y hoy no sería la excepción pero nunca más tendrían esa  la oportunidad, su abuelo murió hace seis meses en un accidente automovilístico causado por un conductor ebrio. Después de la muerte de sus padres, su abuelo Alexi la había criado como a una hija. Así que durante años había estado demasiado ocupado preocupándose por ella y supervisando sus proyectos de conservación forestal para tomarse tiempo para sí mismo, por esa razón se encontraba a mitad de la nada en un bosque lejos de casa, esperando el amanecer para esparcir las cenizas de su abuelo en estos bosques que tanto amaba y lucho por conservar. A medida que pasaba el tiempo y  Annett crecía, le había ayudado en sus esfuerzos de conservación, convirtiéndose en una activista medio ambiental reconocida por sus artículos. Estudio Fotografía y en estos momentos trabaja para Nacional Geografic en una serie de publicaciones sobre la protección y conservación de los Bosques. Cuando hablo con su abuelo sobre este proyecto habían realizado planes para venir juntos y pasar tiempo en familia, su abuelo le había hablado sobre esta región en particular con mucho entusiasmo, le conto que su primer viaje fue a esta región y aquí había conocido a su abuela por lo que luego de la lectura de su testamento donde pedía como última voluntad que sus cenizas descansaran en el bosque este sitio no podía salir de su mente y aquí se encontraba.

Su Abuelo  había tenido razón sobre la región; era impresionante. El aire, aunque frío, era fresco y limpio, tan claro que uno podía ver kilómetros de las regiones más altas. Era impresionante estar entre el denso bosque de árboles como lo estaba ahora, pero a la vez era...espeluznante.

Annett no estaba segura de por qué el hermoso paisaje le inspiraba tal incómodo temor dentro de ella, pero allí estaba luego de tres días en este lugar. Se sentía nerviosa, crispada. Cazada. Por extraño que pudiese parecerle a cualquiera que la conociese. Durante tres días se había sentido acechada por algún miedo sin nombre.  Ni siquiera la belleza de la tierra y la fauna podía apartar su mente de aquel horrible sentimiento de estar siendo cazada. Ya era hora camino hacia el risco llevando en sus manos una pequeña urna, destapando volteo su contenido en una de sus manos y con lágrimas en los ojos y con los primeros rayos del Sol dijo sus último adiós a su abuelo.

Horas después mientas caminaba en el bosque de regreso perdida en sus pensamiento, sus sentidos la pone alerta. Parpadeó buscando el peligro y al no ver nada alrededor exclama. 

 — Estás perdiendo la cabeza  —murmuró para sí misma—  No hay ningún monstruo.

Dándose cuenta de que estaba retrasada y que le quedaba pocas horas de luz reanudo la marcha. Gritó cuando trastabilló, fallando en notar una protuberante raíz en el suelo. Al tropezar, fue incapaz de recuperar el equilibrio. Los sueltos sedimentos cedieron terreno mientras se tambaleaba, haciéndola resbalar.

— ¡Ouchh!

Annett cayó, jadeando cuando se vio a sí misma rodando incontrolablemente cara a un escarpado barranco. — ¡OH, Dios!

Sus ojos se ensancharon cuando un aullido penetrante se alzó hasta el cielo. Gritando cuando su cabeza golpeó contra un pedrusco, rápidamente se rindió a la negra inconsciencia. 

— Bebe esto, Annett, te mantendrá caliente.

La voz era sombría y lejana. Las palabras eran en inglés, pero el acento era espeso y ruso. Annett luchó por abrir los ojos, y debido a la luz que penetró a través de la rendija sintió fragmentos de cristal astillándose en su mente. Sintió una copa presionar contra su boca, y un caliente y confortable líquido gotear por su garganta. Demasiado pronto la caliente bebida se alejó, y una mano alisó el pelo de su frente. Su cuerpo estaba dolorido, y le era difícil usar los brazos y las piernas. Le llevó algunos segundos darse cuenta de que le era difícil moverse no porque estuviese herida, sino porque tenía varias mantas pesadas apiladas sobre ella, sobrecargándola. 

— Sufriste una caída. Tuviste fiebre y has estado muy débil. He tenido que estar cuidándote. —dijo la voz dulcemente mientras acariciaba su rostro.

— ¿Dónde estoy? —su voz era ronca y apenas perceptible.

— Estás a salvo, pequeña Annett.

— ¿Cómo sabes mi nombre?

Una suave y masculina risa sonó cerca de su oreja.

— Hablas en sueños.

La mano en su frente se movió hacia debajo para acariciar su mejilla. La sintió fresca contra su enfebrecida piel. Las mantas que la habían estado cubriendo fueron echadas a un lado, y sintió la frialdad del aire acariciando su cuerpo desnudo.

— Eres realmente hermosa. —dijo él toscamente. 

Intentó protestar cuando unas manos alcanzaron sus pechos y acariciaron sus pezones, pero fue en vano. No podía abrir los ojos aún se sentía ir a la deriva entre la realidad y la oscuridad de la inconciencia. Sentía que cada caricia que le propinaba era como una droga que la hacía sentir tan débil incluso para gritar. Unos fríos labios presionaron contra los suyos. Afilados dientes mordisquearon sus labios, pero con una promesa de peligro y pasión infinita. Todo el tiempo, esas manos no dejaron de jugar con sus pezones, tirando de ellos de un modo que encontró increíblemente excitante, aunque sólo debería haberle hecho estar Incómoda por cómo se tomaba esa libertades con su cuerpo .

¿Quién era? ¿Cómo la había encontrado? Recordaba la caída pero luego... nada. ¿Cuánto tiempo había permanecido allí con él?

Alejó la cara de su beso, pero él no se inmutó. Sus labios bajaron hasta su cuello por donde deslizó sus dientes. Al dejar pequeños mordiscos en su sensible piel la hizo jadear, y lavó las diminutas heridas con su lengua. Él gruñó suavemente y movió su cabeza descendiendo por su clavícula, mordiendo y aspirando mientras pasaba. Su mano levantó un pecho, y sintió su aliento cálido antes de que lo lamiese. Su lengua trazó un húmedo y largo camino desde su pezón a su garganta hasta conectar con sus labios, los cuales separó para profundizar dentro. Ella no pudo contener un gemido de excitación mientras él la besaba imperiosamente. Quienquiera que fuese, era el besador soñado de cada mujer en el planeta. Sintió como la risa de el impregnaban su boca, haciéndola sentir una calidez mientras sus instintos decían que aquel hombre no le haría daño. Parecía contentarse con besarla y acariciarla. Ella se movió bajo él, sin esforzarse en escapar, esperando únicamente experimentar más de aquel delicioso abrazo. 

Él se separó bruscamente, haciéndola jadear de decepción. 

—  Te pido disculpas.  —su voz era un bajo gruñido, sus ojos penetrantes.—  He tenido que refrenar mis instintos estos días pasados mientras te cuidaba, pero al verte ahora, despierta y más recuperada... no he podido controlar lo que siento. Descansa ahora. Recupera las fuerzas no te interrumpiré tu sueño.

Con aquellas últimas palabras, Annett lo sintió como unas manos cálidas la acariciaban  su rostro por última vez esa noche, mientras colocaba las mantas sobre su cuerpo. A pesar del anhelo insatisfecho que su toque había despertado en ella, al momento se encontraba otra vez profundamente dormida.

* * * * *

Nikolas Dovich líder del clan Volk bajó la mirada para observar a su mujer durmiendo. Los golpes sufridos durante la caída se habían desvanecido hasta convertirse en pequeñas manchas apagadas debajo de su piel, y la herida en su cabeza ya no estaba hinchada. Los febriles desvaríos habían cesado, permitiéndole por fin a un sueño reparador. 

Realmente estaba mejorando. Nunca olvidaría el sentimiento de terror que sintió cuando la vio caer por el barranco. Cómo su corazón aun latía como loco cada vez que recordaba ese momento. Se había precipitado inmediatamente a su lado temiendo lo peor, después de asegurarse a sí mismo que estaba de verdad todavía viva y de que no había perdido la oportunidad de estar junto a ella, la había llevado a su guarida, una cabaña en lo profundo del páramo. Allí, en la quietud de su casa, se había ocupado de sus lesiones con más cuidado del que nunca le había mostrado a otra persona viva. Era lógico, pensó, que ella era su compañera, su otra mitad, la mujer que inundaría su alma de luz apartando la oscuridad en la que todo lobo se encontraba sumergido. 

Quería despertarla, sin darle tiempo para protestar porque eran extraños, y tomarla como su compañera, saciando la necesidad de su bestia interior. Aquel deseo de ella era como una fiebre que le devoraba el cuerpo, el alma y contra el cual no podía ni quería luchar. Se dio cuenta de que era incapaz de dejar su lado por más de unos pocos minutos el efecto de encontrar a su compañera, este deseo incontrolable de estar a su lado, se sentía satisfecho solamente con sentarse en silencio y observar su cara. No había forma para racionalizar o explicar su feroz atracción que se desataba en su interior por ella. No era una gran belleza, con su simple pelo castaño y sus ojos oscuros. Su piel era delicada, dándole una calidad fabulosa, pero no era la típica belleza que hacía a los hombres tener sueños húmedos. Era ancha de caderas anchas y su busto encajaba a la perfección en sus manos, rasgos que le gustaban. No, sus atributos físicos no era lo que le provocaba aquella lujuria. Aquel deseo, aquella hambre incontrolable que sentía por la mujer que en su cama se encontraba iba mucho más allá de ser algo meramente físico, al estar a su lado se sentía completo, emocionado y lleno de esperanza. 

La atracción física era innegable, su miembro estaba duro. Había estado duro desde el primero momento en que la había tenido cerca, lo suficiente para oler ese aroma típico que solo le pertenecía a ella, el que indicaba que ella era la única para él. Era un olor embriagador, diseñado para volverlo loco, y funcionaba muy pero que muy bien.  Se movió de la cama hasta una silla cerca de la chimenea. Sin quitarle los ojos de encima a la chica se sentó, sin poder controlar por más tiempo su deseo desabotonando sus pantalones, rodeó su miembro y comenzó a acariciarlo. Deseaba que la mano que lo bombeaba de manera constante y a un ritma embriagador fuese la de la joven, lo deseaba tanto pero se resignó a esperar por ahora. Reclinándose en la silla, apretó el eje de su erección una, dos y así sucesivamente. Masajeando los testículos con una mano, mientras se acariciaba su pene con la otra, dejando escapar pequeños gemidos que estimulaban sin darse cuenta a la muchacha. Nikolas sintió como se le aceleraba la respiración, sabía que estaba a punto, su miembro estaba totalmente erecto, derramaba pequeñas gotas de pre semen que corrían por su mano. Las utilizaba para seguir lubricando su pene mientras se masturbaba cada vez con mas fuerza.

En su mente imaginaba a Annett moviéndose sobre él, imaginaba gimiendo y envainándolo en su húmedo sexo, una y otra vez mientras lo montaba con fuerza haciéndolo perder la cabeza. Gruñó suavemente y aumentó el ritmo de sus caricias aún más. Pronto sus caderas se sacudían al ritmo de sus manos, y sus testículos apretados con su carga de esperma. Oyó un suave suspiro que provenía de la cama, aquel simple sonido que hizo Annett fue todo lo que necesitó. Mordiéndose sus labios para evitar lanzar un rugido de liberación, se derramó sobre sus manos. 

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