Entre en el local, aterrada, por haber podido estropear la relación entre mi jefe y su novia, tan sólo por haber sido tan torpe de agarrar su teléfono en vez del mío. Estaba horrorizada, no tenía ni idea de cómo saldría de aquel marrón en el que me había metido de cabeza.
¡Mierda!¡Mierda!¡Mierda! – maldecía, a cada paso que daba.
Llegué hasta la mesa, tropezándome con la mirada de mi jefe, que miraba hacia mí, sin comprender lo que ocurría.
Me senté junto a él, intentando parecer calmada, y luego le di su teléfono, provocando que él volviese a mirar hacia mí, sorprendido por lo que acababa de hacer.