38. Apagaré tu fuego
Durante el siguiente par de días, Gala fue obligada a tener reposo absoluto, y aunque se aburría de estar en cama todo el día, las órdenes de su esposo eran existentes tanto como dulces. La consentía como nunca esperó ser consentida, y la cuidaba con esmero y preocupación.
Ramsés se había asegurado de que nada quedara al azar, por eso no se quedó tranquilo hasta que el diagnóstico del doctor fuese claro y precioso. No había señales de complicaciones graves.
— Ya escuchaste al doctor, estoy fuera de peligro. ¿Podemos dar un paseo corto?
— Ni hablar, todo apunta que volverá la tormenta esta noche y no quiero correr ninguna clase de riesgos — decidió en tono firme pero cariñoso, varonil y protector.
Gala exhaló, resignada, y es que, de no ser por sus continuas atenciones hacia ella, estaría perdiendo el juicio.
De repente, una sonrisa triste llamó la atención de Ramsés.
— Quizás, si mañana amanecemos con sol, podremos dar ese paseo que quieres.
Los ojos de la muchacha se iluminaron en res