241. EL REGRESO DE LA LUNA SUPREMA
ISIS:
El Alfa no parece notar mi pánico inicial, o quizás lo hace, pero lo interpreta de otra manera. Su mirada no se aparta de mí. Hay algo primitivo y ancestral en su forma de mirar. En su esencia suprema, su presencia es contundente, casi aplastante. Cada músculo de su cuerpo parece tallado con precisión divina, un monumento a lo que significa ser el Alfa Supremo. Y estoy ahí, inmóvil como una presa que acaba de encontrarse con su cazador.
—¿Por qué tiene tarros? —balbuceo para mí misma, sin despegar la vista de su imponente figura—. No sé por qué dices que es un cachorro; estás ciega.
—Isis, míralo bien, observa sus lindos ojos —insiste mi loba—. No mires a la bestia, Isis; es inofensivo y nos ama.
Ast emite un gruñido que reverbera en mi interior con una intensidad inquietante y me hace mirar al Alfa Supremo. Puedo ver que está temeroso, por la manera en que mueve las orejas y la cola. Siento que no hay amenaza en él.
Eso debería tranquilizarme, pero mi vista no puede despegarse