Libia observaba su rostro en el reflejo de su celular. Para ese punto, sería imposible mirarse en un espejo. Sabía que la mujer ojerosa, cansada y deprimida tras esa imagen la asustaría enormemente.
«Ser madre es un…», negó con la cabeza en un intento de ignorar ese pensamiento.
Su familia era hermosa. Su hijo, un niño cariñoso que la colmaba de abrazos, besos y dibujos.
Su esposo, un hombre… peculiar, pero a su vez amoroso y responsable.
Y ella, una mujer con una constante necesidad de llorar durante las siestas de su hija.
Habían pasado dos semanas desde que despidieron a su antigua niñera. La razón era muy sencilla: parecía que tanto ella como su esposo eran blanco de gente “chismosa”, personas que se infiltraban y trataban de sacar información de su casa, de su paradero y, lo que de verdad le preocupaba, de sus hijos.
Lison, su esposo, no podía cancelar así como así los viajes programados para atender distintos asuntos de negocios.
En esa enorme casa, llena de ventanale