Saliendo de la villa, Juan corrió inmediatamente hacia el coche deportivo de Lucía y abrió la puerta del asiento del copiloto. —Cariño, con esos tacones te será muy difícil manejar. Déjame conducir a mí.
Lucía se quedó algo sorprendida por el gesto tan caballeroso de Juan, luego suspiró con gran resignación.
Aunque apreciaba su hermosa galantería y su atractivo físico, para ella, un hombre sin ambición alguna no valía mucho, por muy guapo que fuera.
Juan se acomodó muy bien en el asiento del conductor y arrancó el coche con un rugido del motor, dirigiéndose directo hacia el restaurante donde tenían la cita.
Al entrar al restaurante, la belleza de Lucía y la apariencia imponente y deslumbrante de Juan al instante captaron la atención de todos, formando una pareja que parecía sacada de una película.
En ese momento, un hombre con un traje elegante, gafas y una tez pálida, con mejillas hundidas y un aspecto bastante enfermizo, los vio desde lejos y exclamó emocionado: —¡Lucía!
Era el mis