Iris y yo habíamos estado capturadas durante días. Al menos tres. Había una pequeña ventana en lo alto de la pared, en esta especie de calabozo subterráneo, o lo que fuera en lo que estuviéramos atrapadas. Esa ventana era la única forma que tenía de llevar la cuenta de los días. Aun así, estaba empezando a perder la noción del tiempo debido a la escasa cantidad de comida que nos daban cada día y a la cantidad de veces que me habían electrocutado desde el primer día. Ni siquiera intento contar cuántas veces ha pasado eso.
Escuché de nuevo el chirrido de la puerta de metal deslizándose por el suelo y miré a Iris. Las cadenas le estaban afectando muchísimo. Es joven, así que la plata no solo la lastimaba, sino que la debilitaba tanto que lo único que podía hacer era dormir. Supuse que era lo mejor: dejarla dormir, a menos que fuera hora de comer o de que nos arrastraran al baño en la esquina.
—Y aquí están mis dos chicas favoritas. A pesar de su olor a perras sucias —dijo el hombre tatua