Pablo José Torres estaba sentado en su silla de ruedas cuando Adriana chocó bruscamente contra él, lastimándose la canilla y cayendo directamente sobre sus piernas.
El impacto fue tan fuerte que inclinó la silla de ruedas, y el peso de ambos cayó sobre Rafael, que la sostenía por detrás.
Rafael, incómodo, no sabía si debía mirar o apartar la vista.
La posición de Adriana con el jefe era realmente sugestiva, y él temía perder su empleo si observaba demasiado.
Adriana, al darse cuenta de que había chocado con José, intentó levantarse apoyándose en sus piernas y en la silla.
Justo en ese momento, se escucharon las voces de los guardaespaldas de Manuel, que seguían persiguiéndola:
—¡Detente!
—¡No la dejen ir!
Sin embargo, los hombres fueron interceptados rápidamente por los guardaespaldas de José.
—¡El señor Torres está aquí! Y no quiere que nadie lo moleste
Los guardaespaldas intentaron asomarse, solo para ver cómo José extendía su chaqueta y la colocaba sobre el rostro de la mu