Extra. Inesperado.

POV: Andrea.

Se supone que hoy es un día feliz; mi hermano y mi cuñada, aunque ya llevan casados unos dos meses, se declaran su amor en una hermosa ceremonia con la familia. Pero yo, a pesar de que me siento orgullosa de ellos, no puedo dejar de pensar en lo que mi vida es.

Primero Maddie, ahora Leo; son el constante recordatorio de lo que no tengo. A mis veintiocho años, todavía no he podido encontrar ese sentimiento que te deja sin sentidos, pero que, a la vez, te hace sentir estable y completamente a gusto. O tal vez sí, lo encontré, pero de esas dos condiciones solo obtuve la primera. Un amor obsesivo e intenso, que me marcó de mil maneras y ninguna buena.

Apartada de todos, observo a los novios bailar en el centro de la pista. Tomo un sorbo de mi champagne y disfruto del burbujeo delicioso en mi lengua; cierro los ojos y suspiro.

—Cualquiera pensaría que, siendo la madrina de bodas, estarías allí, con tu pareja de baile —escucho una voz masculina detrás de mí; me volteo para ver a Rangel mirándome divertido, mientras apunta hacia la multitud que rodea a los novios—, para romper el hielo e impulsar a los demás a que se unan.

Alzo una ceja, inquisidora; no es como que él me conozca tanto para suponer algo así. Al ver mi gesto, él sonríe de medio lado y sus ojos brillan con picardía. Acaba de llamar mi atención y al parecer, esa era su idea.

—Hay otra madrina, también —hablo, al cabo de unos segundos. Vuelvo a girarme y miro, buscando a Maddie. Sonrío, cuando al fin la encuentro—. Y acaba de hacer su "trabajo".

El gesto de comillas con mis dedos y mi tono irónico, solo lo divierten aún más, pues suelta una carcajada. No tengo idea de porqué, en vez de irritarme, me saca una sonrisa a mí también.

—Sabes que...solo quería decir algo, ¿verdad? —confiesa con una pregunta, que no lo avergüenza para nada, debo decir, porque su sonrisa sigue ahí tan brillante como hace unos segundos atrás—. Evitar el momento raro en el que llego junto a ti, como un maldito acosador, luego de mirarte por horas.

«Wow, esto es...inesperado».

Ante su declaración de intenciones no sé qué carajos decir. Literal, acabo de quedarme sin palabras y mi boca, que forma una "O" sorprendida, solo lo hace sonreír aún más.

—No esperabas eso, por lo que veo —continúa molestando, pero todavía no acabo de reaccionar. No comprendo si es interés verdadero o lo hace para ganar confianza con la hermana de su nuevo cuñado y mejor amiga de su hermana.

—Pues no —digo al fin. Alzo mis hombros, despreocupada y ruedo los ojos, pero una sonrisita quiere abrirse paso—. Es un poco...extraño, viniendo de ti, la verdad.

—¿Y eso por qué sería? —pregunta ahora, con su ceño fruncido. Al parecer él no recuerda nada de mí antes de crecer.

—Porque hace mucho tiempo intenté llamar tú atención montón de veces, pero nunca me hiciste caso —confieso y pongo expresión triste adrede—. Tal vez me acostumbré a que me ignoraras. No me culpes por creer que es una broma de mal gusto.

Él se queda pensativo, cavilando con la información que acabo de proporcionarle. Aprovecho para hacerle un escáner detallado, como hasta hoy no había podido hacer.

Rangel es alto, musculoso y atlético. El esmoquin hecho a medida que lleva puesto solo acentúa su elegante figura. Los pantalones caen bajos y se nota aún más con sus manos metidas en los bolsillos, dándole ese aire de frescura y comodidad con el ambiente. Ya no lleva la pajarita y el primer botón de su camisa está desabrochado, con lo que puedo ver su bronceada piel. Su rostro parece tallado y cada rasgo masculino me hace jadear; su mandíbula cuadrada, sus labios carnosos, sus cejas perfiladas. Pero son sus ojos, donde me quedo más tiempo de lo pensado. El color almendra se suaviza con la claridad, pero es igual de impactante mirarlos de cerca.

—¿Te gusta lo que ves...Andie? —murmura y yo reacciono, me quedo un poco sorprendida de que me llame así, pero puede ser que lo ha escuchado de boca de Mary o de Leo. No creo que recuerde el diminutivo con el que mi padre siempre me ha llamado.

—Sí, Rengi —aseguro, utilizando con él un apodo que se me acaba de ocurrir y dejando a un lado la vergüenza de haber sido atrapada admirando su belleza.

Suelta una carcajada y niega con la cabeza, ante mi atrevimiento infantil. Da un paso para acercarse más a mí y yo, me quedo en el lugar. No sé qué me sucede, pero estoy ansiosa de que algo, lo que sea, pase entre nosotros.

—Me alegra que así sea, porque todavía me pregunto qué dirá el entrenador Alfredo si me ve coqueteando con su hija —declara, su sonrisa ladina está de regreso. Sus ojos ahora brillan con deseo. Y sí, ya recordó.

Siento el sonido de mis tacones y me vuelvo consciente de que acabo de acercarme a él. Un paso más y estaría completamente pegada a su escultural cuerpo.

Rangel me mira ahora serio. Sus facciones se endurecen y me parece que aprieta su mandíbula.

«Está aguantándose», pienso y sonrío ante la idea.

Sus ojos llamean mientras es él quien ahora detalla mi cuerpo. Bajan de mis ojos y se posan en mi boca; luego mi cuello, mi escote, mi cintura y un poco más abajo; muerde su labio inferior y regresa, haciendo su camino hacia arriba igual de lento e intenso. Cuando vuelve a cruzar sus ojos con los míos, sonríe.

Y yo, se la devuelvo. Sin pensarlo mucho, doy el paso que falta para acercarme a su cuerpo. Al instante, siento su calor; reúno todas mis fuerzas y me alzo sobre las puntas de mis pies. Mi boca roza su oreja, mientras con un susurro le hago una propuesta.

Un segundo. Solo un segundo después. Salimos tomados de la mano, hacia cualquier lugar donde él quiera llevarme.

Tal vez, no sea mi "para siempre", pero puedo ir aprovechando mientras llega, si es que lo hace algún día. No está de más darle gusto al cuerpo y, Rangel, puede ayudarme con eso.

Próxima entrega de la Trilogía Destinados: "Solo un para siempre".

Orden de lectura:

Solo dos veces al año

Solo un: ¡Sí, acepto!

Solo un para siempre

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