Dulces. Sus labios son dulces.
Y suaves.
Envuelven los míos con movimientos cadentes y seguros.
Sus manos rodean mi rostro y sus pulgares, rozan mi mejilla. Cada uno inclina su cabeza hacia lados contrarios, para profundizar un poco más. Lo que empieza con lentitud, aumenta la intensidad, conforme nuestras sensaciones crecen y las ganas de continuar se multiplican.
Ahora estoy acostada. Y él, está sobre mí. Sin embargo, solo nuestras bocas se tocan.
Sus dientes me muerden y los míos responden. Mi lengua juega con la suya y se enredan en un baile de poder. Sus labios chupan los míos y provocan que gemidos inevitables salgan de mi garganta. El pulso de ambos, late errático. Las respiraciones se dificultan y las palmas de las manos pican con las ganas de tocarnos. Pero, contrario a lo que debería suceder, cada uno las mantiene alejadas del otro.
Mis pulmones arden y solo así,