Más tarde, cuando ya me encuentro en la mansión, estoy en mi despacho esperando a que los chicos me traigan información de toda la mercancía que se reunió al hacer aquel atraco. Mientras tanto, reviso otros asuntos de la organización. Se escucha que alguien toca la puerta. Al abrirla, veo que se trata de Alfredo, el mayordomo. Es un hombre ya mayor y sabio. Él trabajó para mis padres por años. Es un sirviente fiel, lleva años trabajando en esta familia, al igual que Edgardo y Martina.
—¿Qué pasa? —inquiero cuando levanto la mirada del portátil para verlo.
—Señor, el joven Bruno se encuentra aquí —contesta aún de pie frente la puerta.
Gruño molesto. Con solo recordarlo provoca eso en mí. Su presencia me pone de mal humor.
—Hazlo pasar —suelto después de pensarlo bien.
Él asiente y sale del despacho para regresar por donde vino.
Casi dos minutos después, abren la puerta. El estúpido de mi primo hace acto de presencia. Con su caminar arrogante y supuestamente de clase, entra con una desca