1

Toda mi vida había querido tener mi propia familia, un esposo amoroso que me demostrara cada día lo importante que era para él. Tres hijos, que pudieran sentir que lo más importante era yo, hasta que conocieran a esa persona especial y decidieran formar su familia.

La gente siempre te dice que cuando te obsesionas con algo es porque tuviste alguna carencia, puede que sea así. Vengo de una familia quebrada hasta los huesos, pero eso no detuvo a mi madre en su devoción hacia mi hermana y hacia mí.

Cuando mi padre nos dejó por otra familia, se me quedó grabado el dolor que sintió mi madre. Siempre tuve miedo de que algo así me sucediera, por eso cuando conocí a Rodrigo, sentí que era para mí y no dudé en decirle que sí cuando me propuso matrimonio a los cinco meses de noviazgo.

Vivía en un sueño profundo, lleno de hadas, arcoíris y canciones de amor que me borraron la capacidad de dudar, de pensar por mí misma. Tuve la mala ocurrencia de creer que no necesitaría preocuparme de nada, que estaba segura, que mi vida estaba resuelta y que todas las penas de la adolescencia por culpa de un padre que jamás volvimos a ver estaban enterradas.

Pero estaba totalmente equivocada.

Hoy es mi cumpleaños, estoy en la casa de mi mejor amigo, quien, como buen caballero andante, me sacó de en medio de un huracán que azotó mi vida de un momento a otro. Pero, por favor, empecemos desde el principio…

El día empezó con un beso en la frente de mi esposo, que debía marcharse temprano a la oficina, pero no sin antes llevarme el desayuno a la cama, como los últimos tres años de matrimonio. Por la ventana podía ver una hermosa mañana de abril, el otoño me regalaba unos bellos tonos dorados y ocres para festejar mi llegada a este mundo.

Una vez sola, el primer llamado que recibí fue el de mi mejor amigo, Juan. Bromea que este año le ganó a mi madre y me invita a almorzar. Luego de motivarme con el trabajo, el cual hacemos juntos ya que es mi jefe en la empresa de publicidad, cuelga. De inmediato llama mi madre y me dice, luego de un desentonado ¨cumpleaños feliz¨, que le debe un pie de limón a Juan, apuesta de la que ya estaba al tanto desde hace un par de semanas en un almuerzo de fin de semana en casa de mi madre.

Al llegar a la oficina a la hora normal, a pesar de que Juan permite que lleguemos tarde el día de nuestro cumpleaños o al siguiente, veo que todo el mundo corre de un lado para otro. Cada año es lo mismo, jamás me he tomado una licencia de ese tipo, para mí el trabajo es tan importante como comer o dormir. Me reciben con un nuevo cántico desafinado y luego uno por uno me abraza, esa es la mejor parte, porque sé que me quieren de verdad.

Detrás de todos, aparece Juan con un regalo. El muy canalla me regala una crema antiarrugas, todos ríen cuando le pongo un poco en la frente, pero la fiesta termina cuando los mando a todos a sus quehaceres.

Mi mañana funcionó normalmente, hasta las once, cuando llegó un hermoso arreglo de flores y unos chocolates. Tontamente creí que eran de Rodrigo, pero al ver la tarjeta supe que había sido un hermoso detalle de mi amigo. Eso, como siempre, generó los comentarios de los demás, algo a lo que estábamos acostumbrados, porque nadie logra entender que un hombre y una mujer lleguen a un nivel de relación que involucre todo menos intimidad.

Almorzamos juntos y me dijo que quería presentarme a alguien el fin de semana, para que le diera mi aprobación.

-¿Es hombre o mujer? – siempre he tenido la duda de sus gustos.

-Tendrás que esperar para saberlo.

-Nunca me has presentado a alguien, esta persona debe ser especial.

-Puede ser, pero no tanto como tú.

Mi madre siempre me ha dicho que Juan en realidad está enamorado de mí, pero que es un cobarde. Puede ser verdad o no, pero nunca me vi con él, nunca lo he visto con otros ojos.

En la tarde, salí un poco antes para ir a la peluquería. Luego de eso, me voy a casa a mi fiesta casi sorpresa. Hasta ahí mi vida seguía siendo una maravilla, el cuento de hadas con el que había soñado.

Estacioné el auto en la calle, frente a la casa. Entré al antejardín y Juan me recibió junto a mi madre. Pensé en cuánto tiempo llevábamos juntos, nuestra amistad se remonta desde que tenía dieciséis, cuando llegó al María Luisa Bombal en tercero medio con diecisiete. Era repitente de otro colegio, uno caro. Sus papás lo castigaron y lo cambiaron, fue lo mejor que pudieron haber hecho. Fuimos amigos desde el primer día que nos conocimos y hemos estado juntos desde entonces. Tuve la fortuna de que él me entregara el día de mi boda. Tengo la fortuna de que sea mi jefe y mi confidente. Con él a mi lado y mi marido, no podía pedir más.

Me tomó de la mano y comenzamos a buscar a Rodrigo.

Se encontró con mi madre otra vez y se quedó hablando con ella, yo seguí sola hasta la cocina, desde donde vi a Rodrigo discutiendo con Carlota, mi hermana. Ellos no me ven, pero me causó curiosidad, jamás los había visto así, por lo que me escondí para poder escuchar.

-Me dijiste que buscaríamos otro momento para decirle a Danna.

-Lo sé, pero mi madre se enteró hoy. Me dijo que tenía 24 horas para hablar. Este es el mejor momento.

-Carlota, ¿Estás segura de esto? Es el cumpleaños de Danna.

-A estas alturas, me da lo mismo. Mi madre quería que se lo dijera mañana, tomando desayuno o algo así.

-¿Y no crees que ella tiene razón?

-Ya te dije, me da lo mismo. Si quiere que se lo diga, lo haré ahora. Así podrá correr a consolar a su hijita favorita. Lo único que necesito es tu apoyo.

-Y lo tienes, mi amor. Yo estaré contigo. Además, soy su marido, tengo que dar la cara y no quiero que te lastime, y lastime a nuestro hijo.

Oh… por… Dios…

Caí al suelo, alcancé a ver su reflejo a través del refrigerador y vi que se estaban besando. De pronto, mi mundo perfecto y de ensueño, el que todas me envidiaban se fue lejos de aquí. El mundo se abrió bajo mis pies y sentí que caía en algo frío y oscuro.

Sentí náuseas mientras seguía sentada en el suelo cuando Juan y mi madre entraron. Al verme tirada ahí, mi madre se puso pálida y Juan corrió a ayudarme. Yo me colgué de su cuello y comencé a llorar. Escuché que los traidores se acercaban a la cocina.

-Sácame de aquí, por favor – le dije con desesperación a Juan -.

-Claro.

Pero me di cuenta que no podía caminar. Juan me tomó entre sus fuertes brazos y me sacó de la cocina, a lo lejos escuché las risas de los invitados apagándose por el asombro y mi madre gritando en la cocina.

Juan me bajó al lado de su auto para abrir la puerta, me sentó como si fuera una niña pequeña y frágil, fue como si me estuviera muriendo poco a poco. Mi corazón se rompió en mil pedazos en un instante.

Algo, distante sentí que me hablaba, al no recibir respuesta, me puso la mano en el hombro y me movió.

-Danna, querida. ¿A dónde te llevo?

-A la mierda, si es posible.

Me miró extrañado de la grosería, jamás he usado esas palabras. Me arrepentí rápidamente.

-Disculpa, es que… yo – y rompí en llanto por fin.

-Sólo dame 10 minutos, ¿sí? Vengo en seguida – mi madre salió tras nosotros, y detrás de ella Carlota, Rodrigo y el resto de invitados -. Me parece que mejor no, iba por algo de ropa para ti, pero mejor nos vamos.

Encendió el auto y, mientras mi madre se despedía de mí con los ojos llenos de lágrimas, Juan avanzó lo más rápido posible. Salió por calle Luis Pasteur hasta Santa María, no sé a dónde me llevará, pero me da lo mismo.

-Iremos a mi casa primero, pasaremos allí la noche. Tienes un par de cosas, unas zapatillas y ropa, creo. Mañana nos vamos a mi casa de la playa.

-Si no, puedo usar algo tuyo.

-No lo creo, Pequeña. Ya no tengo el mismo cuerpo de hace cinco años.

-Te dije que dejaras los esteroides.

Mi propia broma me hizo reír, Juan me miró y me sacó la lengua. Una parte de mí pedía a gritos eso, las bromas y la risa de mi amigo. Repaso lo que sucedió y ahora no entiendo nada, fue demasiado rápido todo, en este momento no proceso nada más que la imagen de mi hermana besando al que creía era mi príncipe azul, que terminó convertido en sapo.

Al llegar a su casa, me entrega mi bolso. Dentro escucho vibrar mi teléfono. El zumbido que escuché durante todo el trayecto era eso, no mi cabeza. O tal vez fueron ambos, quien puede saber eso ahora. Cuando me ve con el teléfono, me dice que lo apague, pero que primero le envíe un mensaje a mi madre, sin revelar dónde estoy.

Y, por supuesto, hago lo que me dice. Me pongo las pantuflas de perrito que compró para mí para cuando estuviera de visita y me voy a la terraza. Tengo 11 llamadas perdidas, 8 mensajes de WhatsApp y un cólera que quiere descargarse pronto.

Sólo un mensaje breve a mi madre. Seguro está tranquila, porque no me he ido sola. Me escribió que echó a la calle a mi hermana y al escribirle, no espero su respuesta, ahora no quiero saber nada de ellos.

Apago el teléfono y me pongo de pie, al girar para entrar a la casa, Juan está parado en el umbral con su sonrisa coqueta.

-Sí. Mi madre ha echado a la calle a Carlota.

-Mmm… sabes qué quiero decir.

-Pero no lo dirás. Ahora sólo abrázame, como cuando ese chico con pecas me dejó el primer año de la universidad.

-Claro que sí, Pequeña. Aunque te diré que el chico moreno de medicina me gustaba más para ti.

-No seas estúpido y guárdate tus comentarios.

-No seas tonta y deja que te abrace en paz.

Me dejo llevar por el aire otoñal, en el refugio improvisado que es el pecho de mi amigo, entre árboles y los cantos de unas pocas aves y los grillos. Y, por ahora, este es mi nuevo lugar favorito, donde sé que nada malo me puede pasar, porque para qué me salvaría de ese agujero que se abría a mis pies hace una hora si no es porque jamás me haría daño.

Capítulos gratis disponibles en la App >

Capítulos relacionados

Último capítulo