2

Me despierta la luz del amanecer, me olvidé de cerrar la cortina anoche. Aunque bien pude olvidarme de respirar y no lo habría notado. Una parte inconsciente de mi cerebro quería que todo esto fuera mentira, pero al abrir los ojos y encontrarme en la habitación de invitados en la casa de Juan, recuerdo todo y las lágrimas quieren salir otra vez.

 Siento un golpecito en la puerta, me acodo el pelo y me siento en la cama antes de dejar pasar a Juan. Al abrir la puerta veo que trae una bandeja con café y tostadas. Mi pobre amigo no sabe que ya hace mucho dejé el café, vagamente pienso en todas las cosas que no le he contado este último tiempo, porque el trabajo nos ha ganado los ratos juntos o por vergüenza.

 -Gracias, no debiste molestarte, ya me había despertado – le digo mientras me limpio las lágrimas -.

-Pues, tú sabes que me gusta atender a mis invitados como se merecen.

-Te recibo gustosa las tostadas, pero el café no. Hace meses que lo dejé.

-Guau. Eso es una sorpresa, ahora entiendo por qué nos dura tanto el café en la oficina – sonríe burlón mientras le hago una cara odiosa -. ¿Puedo saber por qué?

-Por recomendación del ginecólogo que estaba viendo.

-Vaya. Eso tampoco lo sabía – su cara ahora está triste, aunque trata de disimular con una sonrisa -. Pues, bien. Voy por jugo de naranja, recién exprimido. Luego de nuestro desayuno, nos vamos.

-Me parece bien.

 Sale de la habitación y siento que hay muchas cosas que deberé contarle para que quedemos al día. Así, tal vez, me ayude a poner en contexto todo lo que me ha sucedido estas últimas doce horas.

Regresa con un vaso de jugo, está exquisito y me termino el desayuno. Retira la bandeja y antes de salir, se voltea y me dice:

-Creo que este viaje nos va servir bastante. Hay mucho que hablar – me guiña un ojo y se va, cerrando la puerta-.

 No me demoro más de quince minutos en ducharme y vestirme. Juan recordó que había dejado algunas cosas aquí, eso gracias a una fiesta en donde terminamos en la piscina y no tenía ropa para cambiarme. Decidí dejar algunas cosas para cambiarme en casos de emergencia, pero después de ese día ya no volví más que para cenar en su cumpleaños y para celebrar un nuevo cliente hace tres meses.

Como no me he lavado el cabello, no me toma mucho tiempo salir a su encuentro. Está parado al lado del auto revisando su teléfono, cuando me ve lo guarda y me abre la puerta. Eso es algo que nunca había valorado, hasta ahora. Rodrigo nunca lo hizo.

Mientras me abrocho el cinturón de seguridad, él se sube y enciende el auto. Hace lo propio con su cinturón de seguridad y me sonríe.

-Bueno, Pequeña. Nos llegó la hora de un relajo. En la oficina ya está todo arreglado, no volveremos allí hasta el lunes.

-Guau, yo creía que sólo serían dos días.

-No se puede ir a Coquimbo por dos días. Además, así aprovecho de visitar a un potencial cliente. Nos recomendaron y hace unas semanas que está tratando de viajar a Santiago.

-Y si la montaña no viene a Mahoma…

-Pues Mahoma se larga con amiga y todo a la montaña.

 Le sonrío y partimos sin nada más que mi cartera y un bolso pequeño con golosinas para el viaje. No tengo idea qué haremos allá sin ropa, aunque ahora que lo pienso, nunca he ido a su casa en la playa. Creo que por primera vez en mucho tiempo dejo de preocuparme de los detalles y dejo que mi amigo me lleve a esta locura.

El viaje se nos hace corto, a pesar de que son aproximadamente seis horas de distancia, el viaje ha sido sólo cantar las canciones y hablar de lo bonito del paisaje. No he querido hablar de nada más porque quiero hacerlo cara a cara, con él manejando no se puede. Llegamos pasado el mediodía y tenemos un sol que se asoma tímido entre las nubes. Me sorprendo de la ciudad, porque había pasado por aquí de camino a La Serena, así que no es mucho lo que conozco de ella.

La casa de Juan está en el sector de La Herradura, mientras guarda el auto en el garaje, me cuenta que estamos en tierra de piratas. La historia de esta ciudad es bastante llamativa, sobre todo para los extranjeros, creo que se me ocurren algunas ideas para presentarle al cliente que verá pasado mañana. Es un productor de vinos y necesita renovarse, para entrar al mercado con más presencia.

La casa es de un nivel, por fuera se ve muy normal, pero por dentro tiene una decoración moderna. En la sala hay una tv de 55” y una PlayStation 4 (obvio). El comedor está separado de la sala por una ventana de madera y da a la cocina americana, la que es bastante amplia (claro que así debía ser). Tiene una isla, donde se encuentra la encimera y el lavaplatos, además de un espacio para preparar los alimentos.

Los colores son tonos pasteles, pero que dan mucha calidez de hogar. Aunque nadie vive aquí de forma constante, puedo sentir algo que en mi propia casa hace mucho no sentía.

- ¿Te gusta? – me mira nervioso, como si mi opinión fuera de vida o muerte-.

-Sí. Es muy hogareño – me acerco a él y lo abrazo -. Aunque no sé de qué te sirve mi opinión. Si no me gustara, no la cambiarías.

-Aunque no lo creas, lo haría. La verdad es que hice todo esto pensando en ti. Hace mucho que quería traerte, pero siempre había un contratiempo.

-Y mira en las circunstancias en que llegamos aquí. Pero, deberías hacer algo para ti, no sirve hacer cosas por los demás.

-Lo dices porque estás dolida. Pero ya verás cuál fue el motivo de por qué lo hice. Hay muchas cosas que debemos hablar.

Se acerca y me da un abrazo. Al menos la sensación de protección no ha desaparecido, siempre los brazos de mi amigo me han ayudado a salir adelante. Y tiene razón, hay muchas cosas que hablar.

-Vamos a comer y luego a comprar ropa, yo invito las dos cosas.

- ¿Sabes? Mi jefe me paga mucho, creo que puedo pagarme la ropa.

-Sí, no me cabe duda, pero este viaje fue mi idea. Espero que tu orgullo de mujer independiente y adulta no se vea afectado por las ganas que tengo de consentir a mi Pequeña -me dice con una cara de niño pequeño -.

-Creo que por esta vez te dejaré, pero sólo porque me has puesto esa cara.

-Vamos, entonces.

Cojo mi bolso, en el camino al mall, reviso mi teléfono. Me encuentro con la agradable sorpresa de que mi señor esposo me ha estado llamando, por supuesto al no responder me ha dejado varios mensajes de audio. Decido que este no es momento para escuchar estupideces, extrañamente estoy de excelente humor, estar acompañada de alguien agradable me hace pensar que saldré de esto, ya no veo las cosas tan oscuras como ayer. Me sorprendo a mí misma por esa actitud.

Cuando entramos al estacionamiento, la radio está tocando una canción antiquísima de los Backstreet Boys, donde la promesa de jamás romper el corazón y nunca hacer llorar a la persona amada quedan explícitas… al menos en eso tuvo la delicadeza de ser honesto, porque nunca me hizo ese tipo de promesas.

Juan me mira y me sonríe.

-Canción apropiada para la ocasión, ¿verdad? – a veces me asusta la forma que tiene de leerme la mente -.

-No podría ser mejor, aunque nunca me gustaron sus canciones.

-Cierto, lo romántico nunca fue lo tuyo. Yo creo que te hizo falta algo de eso, a lo mejor te habrías dado cuenta de que él no era el indicado.

-Tal vez… nunca es tarde para dar oportunidades, pero no creas que escucharé a Backstreet Boys.

Juan se ríe y se baja del auto, me indica con la mano que espere dentro. Se acerca a mi puerta, la abre y me ofrece su mano para ayudarme a salir. Y por un momento mi corazón salta de emoción, hay algo en mi interior que se está despertando. En este momento estoy decidida a que, si Rodrigo me pidiera una oportunidad, la respuesta sería “!vete al diablo!”.

La alegría y la luminosidad del centro comercial me alejan de mis pensamientos. Necesito ropa nueva, ropa de soltera, esa que llevaba antes de casarme y que aún puedo usar. Primero iremos a comer, decido que una ensalada es mejor, para que probarme ropa no sea tan desastroso.

Mientras esperamos que nos atiendan, Juan rompe el silencio:

-Te veo decidida. Ya tomaste una o varias decisiones.

-Así es. Primero, elegiré una ensalada, no quiero estar hinchada buscando ropa nueva.

-Es una buena idea, pero me refiero a lo de tu relación.

-Esa es la segunda. Aunque creo que desde hace varios meses ya no tengo una relación, era más bien compartir casa con alguien – me encojo de hombros -. Hace meses que no me tocaba, me correspondía un beso en la frente al despedirnos por la mañana y uno en la mejilla al llegar por la noche, eso sólo cuando él llegaba temprano. A veces simplemente no nos veíamos por las noches.

-La pregunta que he querido hacerte desde esta mañana es ¿por qué yo no sabía nada de esto?

-Porque algunas cosas me daban vergüenza, otras no las creí importantes de contarte. Siempre estamos atareados con las cosas de la oficina, en realidad creí que nuestra relación también se estaba yendo al caño.

-Pequeña, eso jamás. Antes de dejarte sola prefiero cerrar la empresa, el trabajo jamás evitará que deje sola a mi amiga. Creo que ahora tienes pruebas de ello.

-Mas bien me parece que soy la excusa para ver a ese cliente.

-Es lo contrario. En la oficina creen que nos hemos venido a eso, pero estoy aquí por ti. Si lo piensas, te pude dejar en mi casa estos días y venirme solo, estaría de vuelta mañana y volvería a la oficina el viernes – me toma la mano y me mira como cuando el chico de las pecas me dejó en la universidad -. Esto es por ti, no tengas la menor duda.

-Te creo – aparto la mirada al menú escrito en una pizarra, porque siento que por primera vez me voy a sonrojar con este hombre. ¡¿Qué me sucede, por dios?! -.

El camarero nos interrumpe y nos entrega la carta. Me decido por una ensalada de pollo y Juan elije una lasaña, pero después se arrepiente y pide lo mismo que yo. Al ver mi cara de pregunta, me dice:

-Yo también tengo que comprarme algo decente, para visitar al cliente – me guiña un ojo y sonreímos -.

Nuestra ensalada se demora poco, durante la espera hemos hablado un poco de la propuesta que le podemos hacer a este cliente y en cuanto tiempo podemos tener lista la presentación. Esto es importante, por lo que decidimos poner a dos equipos a trabajar en esto, para hacerlo rápido. Siempre y cuando el cliente acepte.

De pronto suena mi teléfono, veo quien llama pensando que podría ser mi madre, pero es de la clínica. Contesto de inmediato:

-Buen día, ¿con la señora Danna Ferrer?

-Sí, con ella.

­-Señora Ferrer, le llamo de la consulta del doctor Gutiérrez, para reagendar la cita que tenía hoy a las 13:00 horas. Su esposo llegó, pero pidió un cambio.

Maldito idiota, no lo puedo creer.

-No quiero reagendar. Me parece que ya no necesitaré cita con el doctor por el momento.

-Muy bien, dejaré registrada su petición. Que tenga buen día, hasta pronto.

Cuando dejo el teléfono a un lado, Juan me mira con cara de pregunta.

-Hoy tenía hora con el ginecólogo, para iniciar los exámenes y averiguar por qué no puedo embarazarme.

-Bueno, el que dejaras de tener intimidad hace unos meses puede ser una respuesta.

-Eso puede explicar los últimos meses, pero no los dos años antes de eso. Me ha hecho un seguimiento, he bajado de peso y dejado algunas cosas que podrían evitar un embarazo. Para que no te sorprendas, también he dejado el alcohol.

-Te lo tomaste muy en serio. ¿Aun así él no lo hacía contigo?

-La excusa era que primero yo me prepara, cuando estuviera lista recuperaríamos todo ese tiempo, además él estaba con mucha carga en el trabajo y yo también. Eso podía no ayudar mucho.

-Vuelvo a mi primera pregunta, ¿por qué no me dijiste?

-Porque era algo íntimo, por vergüenza… y creo que por miedo a que me dijeras que algo no estaba bien con nosotros.

-Con eso reconoces que desde hace mucho ya lo sabías.

-Que teníamos una crisis, sí. Pero jamás pensé que me estuviera engañando, mucho menos con mi hermana – y ahí empieza a crecer ese nudo en la garganta -.

-Pequeña… -me coge la mano libre -. Nunca te guardes lo que sientes. Tú jamás me has juzgado, siempre me acompañaste en mis momentos difíciles. Soy quien soy… por ti.

-No es así, lo eres por ti, por tu esfuerzo, por…

-Es en serio. En una época creí que podríamos terminar juntos – me quedo sorprendida ante esa confesión, se da cuenta de mi nerviosismo -. Eso fue hace mucho, ahora conocí a una chica maravillosa, la conocerías el sábado.

-Así que es mujer… ¿qué pasó con ella?

-Ja ja ja, sí, es mujer. Ya le hablé. Al principio se molestó, pero entendió que eres sólo una amiga a la que estoy ayudando.

-Me va a odiar.

-Si lo hace, no es para mí – otra confesión que me sorprende -. La mujer que llegue a mi vida para quedarse tiene que entender que tú no te irás. Llegaste primero, eres como mi hermana chica y mandona.

-Vaya… - me suelta la mano y sigue comiendo. Ahora me doy cuenta de que sí teníamos mucho de qué hablar. Terminamos en silencio, pide la cuenta y nos vamos a una tienda, allí inicia la odisea de buscar ropa para ambos.

Estar en esta situación me hace pensar que, aunque he perdido a mi hermana, a la que le confiaba muchas cosas de mi vida también, tengo en quien apoyarme. Nuestra conversación me ha ayudado a entender que en Juan tengo más que sólo un amigo, tal como él ha dicho, un hermano mayor y protector, un confidente. Puede llegar a ser todo menos un amante, ese es nuestro límite. Quiero que sea feliz, estoy dispuesta a perderme si es necesario para que las mujeres que pudiera tener no salgan corriendo. Mi pregunta es, ¿por qué se demoró tanto en presentarme una chica?

En algún momento haré la pregunta.

-Mira estos jeans, te quedarán fabulosos con una blusa y un blazer, o con una polera casual. Definitivamente te los tienes que llevar – me guiña un ojo y le sonrío-. ¿Talla 44?

-Aunque no lo creas, talla 40 – le guiño un ojo y me sonríe -. Voy a ver zapatos, sabe dios cuánto tardaré en elegir un par que me guste.

-Recuerda que cierran a la 9 de la noche, así que no te demores. Tienes que ayudarme a buscar mi ropa también.

Y así nos quedamos, buscando ropa, haciendo bromas. Riendo de las mujeres que buscan lo que no encontrarán jamás y hablando de lo relajante que es estar juntos sin hablar de trabajo todo el tiempo.

Capítulos gratis disponibles en la App >

Capítulos relacionados

Último capítulo