El domingo por la tarde, Carolina llamó y dijo que venía a verla, y pensando en lo que le había prometido antes, Rebeca la dejó venir.
Fue el chófer quien la trajo.
Carolina bajó del auto y saltó feliz a los brazos de Rebeca.
Después de hacer la niña mimada un rato con Rebeca y Úrsula, les contó contenta que había ganado el primer premio en la competición de esgrima.
Llevaba el trofeo en la mochilita y lo dejó feliz en las manos de su madre.
La anciana la miraba, sonriendo de oreja a oreja, elogiando a Carolina por su excelencia.
Rebeca pensó que no había hecho mucho por su hija en el competitivo deporte de la esgrima.
En el futuro, tampoco podría hacer nada más por ella.
Después de pensarlo, le dijo: —¿Te llevo luego a comprar una vitrina para exhibir el trofeo?
Carolina dijo: —No hace falta, papá ya hizo que alguien me personalizara una antes de mi competición, es súper bonita.
Carolina hizo fotos, sacó su celular y le enseñó la vitrina: —¿A que es bonita?
Rebeca la miró, y solo con