Poco a poco me recuperaba de la tragedia que estuvo a punto de consumir mi vida. Era el segundo bebé que el destino me arrebataba y comencé a pensar, por primera vez, en cada una de las señales que me había mandado, todas esclarecedoras y directas, quizás aún no estaba preparada para asumir la maternidad, o tal vez, era un mundo peligroso y convulso para un niño, perseguida y acechada por mis enemigos e inestable aún en el plano emocional, por lo que pensé en esperar con tranquilidad mi momento.
Aquella tarde miré a Jerry, quien sentado en la terraza de la casa de Dunia, no dejaba de contemplarme. Había estado tan pendiente de mí, cuidàndome, a pesar de mis rechazos, que logré sentirme sobrecogida.
- ¿Por qué le creíste a ella? - pregunté.
- Porque soy un estúpido inseguro - respondió - con mis propios traumas, creí que te estabas alejando, porque ya no me amabas.
- Yo te amaba, pero quería esperar, no podía verte con ella yo... necesitaba sanar, pero ahora...
- ¿ Me amabas? -