Secreto por amor
Secreto por amor
Por: Nanda Manell
Capítulo 1

Kimberley caminaba por los corredores del edificio donde trabajaba cómo ejecutiva de cuentas, al menos hasta ese día, dónde el comité de la empresa Renovar dedicada a los servicios financieros para individuos y pequeñas empresas la nombró gerente general de la sucursal en Madrid. Acababa de obtenerlo y su sonrisa lo indicaba sin duda alguna. A sus veintinueve años, era una meta más lograda que quería cumplir antes de los treinta.

Luego de bajar al estacionamiento por su auto y subir en este, pensó que debía hacer un cambio. Su puesto lo ameritaba, colocó el móvil en el portamóvil del vehículo y arrancó rumbo a su domicilio, dónde la esperaban dos de las personas más importantes en su mundo. Cuando se detuvo en un semáforo vio titilaba la pantalla de su aparato y al ver que era una llamada de su madre, la sonrisa que tenía se amplió.

—Mamá, no adivinarás… —espetó entusiasmada.

—¡Kim! —exclamó con la voz entrecortada del otro lado.

—Jenn. ¿Qué pasó? —preguntó confundida, y su sonrisa se borró por completo—. ¿Mamá está bien?

—No. —Su hermana emitió un sollozo controlado para poder contarle lo que había sucedido—. Me llamaron desde el centro de salud de Stanford, porque mamá está internada en cuidados intensivos, recién ahora pude venir. No conseguía niñera. —Sorbió sus lágrimas y los bocinazos detrás que indicaba que el semáforo había cambiado.

—¿Qué sucedió? —preguntó con los ojos llenos de lágrimas y el ceño fruncido, mientras buscaba un sitio donde aparcar.

—Ha tenido una descompensación esta tarde, se encontraba comprando en el mercado, y uno de los empleados pidió una ambulancia cuando la vio desmayada entre las góndolas de alcohol con una botella rota en su mano.

—¿Esta herida? —preguntó secando las lágrimas que caían por sus mejillas, su cuerpo se desplomó sobre el asiento.

—Afortunadamente no sufrió ningún corte, pero me dijeron que su cuadro de salud es delicado. No puedo sola, necesito que vengas.

—Por supuesto que iré. —Arrancó nuevamente su auto—. Acabo de salir de la oficina, tuve una reunión, luego te cuento. Estaré en unos quince minutos —Le informó a su hermana.

—Te espero. —Sollozó del otro lado de la línea.

—No te preocupes hermana, mamá estará bien —musitó, y finalizó el llamado.

El corazón de Kimberley latía con fuerza dentro de su pecho, y a pesar de que intentaba mantenerse alerta en el camino, las lágrimas nublaban su vista y la obligaban a detenerse a cada momento. Finalmente llegó al hospital dónde estaba su madre, aparcó con prisa y casi corrió hacia la recepción en busca de información. Pero antes de poder preguntar algo, su hermana la vio.

—Kimberley —habló la mayor a su espalda.

—¡Jenn! —Kimberley volteó y se acercó a su hermana— ¿Cómo está? —preguntó la chica dándole un abrazo sentido.

—La última vez que hablé con la doctora me dijo que se encontraba estable, y que le habían hecho varios estudios para descartar cualquier afección.

—¿Puedo verla? —preguntó compungida.

—Supongo que sí. —La abrazó por un lado—. Busquemos a la doctora para preguntar.

—¿Cómo están tus niños? —preguntó Kimberley después de un breve silencio.

—Están bien, preguntan mucho por su tía favorita. —Sonrió con amargura.

—¿Dónde están? —preguntó aturdida.

—Los dejé con la niñera —respondió su hermana arqueando una ceja—. Ya te lo había dicho por teléfono.

—¡Lo siento! —espetó apenada—. No es que no te presté atención, sino que me nuble cuando me dijiste lo de mamá.

—No te preocupes, lo entiendo, me pasó lo mismo cuando me llamaron del hospital.

—¿Por qué tardan tanto en atendernos? —protestó la menor.

—Parece que hoy todos decidieron accidentarse o sufrir colapsos —bromeó con reserva, sabía que a su hermana no le gustaba, pero en los momentos de tensión, el humor la relajaba—. ¿Me dijiste que habías salido de tu trabajo? —Su hermana asintió—. ¿Por qué a estas horas?

—Porque tuve una reunión, me ascendieron —respondió sin ánimo.

—¡Felicitaciones! —espetó su hermana aferrándola hacia ella.

—¡Gracias! Igual ahora no tengo ánimo para festejar —espetó la joven.

—No importa, lo haremos cuando mamá salga del hospital —indicó la mayor—. Disculpe señorita, podría llamar a la doctora Smith. Ella está atendiendo a mi madre —espetó a la recepcionista.

—¿Cómo se llama su madre? —preguntó la mujer afroamericana.

—Rose Roux —respondió la chica.

—La doctora Smith ya ha dejado el recinto, pero su madre estará cuidada por el personal de guardia —explicó la mujer.

—Entiendo. —Mordió su labio inferior—. Habrá una forma para que ella pueda ver a mi madre, y no esperar hasta mañana a la hora de visita.

—¿La jovencita es? —preguntó la mujer.

—Es mi hermana, su hija —respondió la mujer.

—Llamaré a un doctor de guardia para que la acompañe.

Ambas agradecieron al unísono y decidieron esperar en un sector no muy alejado del mostrador para no molestar la labor de la mujer. Jennifer le hablaba a su hermana, pero la joven poco escuchaba lo que decía, su mente se encontraba en el reciente ascenso y la salud de su madre, de golpe recordó que debía llamar a la niñera de sus hijos.

—Llamaré a Amber para avisarle donde estoy y que se quede con los niños. —Se alejó de su hermana mientras marcaba el teléfono—. Hola Amber.

—Señora Roux —saludó del otro lado de la línea—. Creí que ya estaría en la casa.

—Sí, lo sé Amber. Sucede que mi madre tuvo una descompensación esta tarde, me llamó mi hermana cuando estaba saliendo de la oficina.

—¡Santo cielo! ¿La señora se encuentra bien?

—No estoy segura, al menos, sí estable.

—Asumo que deberé darle de cenar a los niños ¿verdad?

—Sí por favor, y quizás debas quedarte esta noche. ¿No hay problema con ello, verdad?

—No, claro que no.

—Muchas gracias, te mantendré al tanto.

—¿Quiere hablar con los niños?

Kimberley frunció el ceño al ver a alguien que creyó reconocer en la distancia, la voz de Amber se escuchaba con preocupación del otro lado hasta que la gerente pudo salir de su ensimismamiento al perder de vista a la persona.

—¿Qué me decías?

—Si quiere hablar con los niños.

—Solo enviale mis saludos —dijo con la voz perdida al volver a ver a la persona—. Los llamó más tarde, antes de que se duerman para darles el saludo de buenas noches.

—De acuerdo, señora Roux.

—Hasta luego Amber —musitó casi sin voz.

Su visión cada vez se hacía más real y eso la hizo voltear hacia su hermana.

—¿Tú le avisaste a Francis que estaríamos aquí?

—¿Quién es Francis? —preguntó Jennifer confundida.

—Mi novio —respondió con soltura sin dejar de buscarlo entre la multitud.

—No me dijiste que tenías novio —espetó abriendo asombrada los ojos.

—Sí, hace unos meses. —Sacudió su cabeza—. Habrá sido mi imaginación —agregó.

—¡Buenas noches! —Ambas voltearon en dirección hacia donde escucharon la voz—. Soy el doctor Dustin Galanis jefe de guardia.

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