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Adam caminó sin rumbo por la ciudad hasta que se detuvo frente a un muro que daba vista a uno de los tantos puentes del Silver Lake. Era noche cerrada, y brumosa, a pesar de ser verano, pero tampoco quería irse a encerrarse a su estrecha habitación.

Se sentía indignado, molesto, ofendido. Le habían quitado su cuerpo, su vida, todo, y lo habían puesto en el de su persona menos favorita en el mundo. Nada menos que August Warden, por Dios.

Y ahora, ¿cómo podría presentarse ante Tess? ¿Debía hacerlo?

Cerró sus ojos con dolor.

No quería ir ante Tess con esta cara y este cuerpo. No podía luchar por ella en esta envoltura. No quería que Tess lo mirara y viera a su esposo, quería que lo viera a él, quería el amor que ella podía tener para Adam Ellington, no los rezagos del amor, o compromiso, o resignación que tuviera hacia s

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