Fabiola ya le había advertido a Mateo más de una vez que mantuviera distancia con Isabella, pero él siempre hizo oídos sordos.
¿Ahora se arrepentía? Demasiado tarde.
Mateo bajó la cabeza, con la mirada fija en el suelo y voz profunda:
—Mamá, ya te lo dije, en mi vida solo reconoceré a Ana como mi esposa.
Su único deseo era llevar a Ana de vuelta a casa.
Pero todos decían que él había sido el infiel.
Mateo no creía que hubiera engañado a Ana. Estaba convencido de que había un malentendido, y la clave estaba en esa mujer llamada Isabella.
Los tres guardaron silencio, resignados.
¿Debían considerar a Mateo como un hombre fiel o no? Si era tan fiel, ¿por qué la engañó? Y si no lo era, ¿por qué seguía obsesionado con Ana después de la ruptura?
Aunque claro, esta obsesión se debía principalmente a que sus recuerdos habían retrocedido hasta sus dieciocho años. En esa época, Mateo era un joven lleno de energía, y todos sabían lo locamente enamorado que estaba de Ana.
Fabiola quiso decir algo,