Ares
Ese beso.
Ese beso corroboraba todo lo que venía sospechando, desde hacía días. Yo nunca me comportaba de la manera, en la que lo hacía con Nora y su hijo.
Ella era más importante de lo que fue cualquier otra mujer en mi vida y ni siquiera entendía por qué. Tantos sentimientos dormidos, y a medias, que había entregado durante toda mi vida a mujeres espectaculares; modelos, actrices, herederas deseosas de mi atención. Ninguna de ellas despertó una brizna de lo que esa muchachita escuálida y temerosa, despertó en mí en poco tiempo.
¿Qué iba a hacer ahora?
Estaba claro que ella no sentía lo mismo, era posible que nunca lo sintiese y era la madre del hijo de Máximo. Tantos millones de hombres en el mundo, y tenía que ser el imbécil de Máximo, el padre de León.
La sangre me hervía de solo pensarlo.
La lógica indicaba que debía alejarme.
—¡Demonios Ares! —Me reprendí a mí mismo —. ¡Justamente tenías que venir a sentir algo por la mujer de tu enemigo! —Golpee el volante con fue