Capítulo VIII

La niña me acaricia el cabello, consolándome.

Estoy sentada con las rodillas a la altura de mi pecho y el rostro en el vértice de estas, echa un desastre. La blancura del entorno no me da pánico, si no tranquilidad extenuante.

Se inclina para buscar mi rostro. Sus ojos, tan iguales a los míos, me sonríen.

—Conecto momentos para hallar respuestas —moqueo—. Y esos recuerdos difuminados poco a poco toman fuerza. ¿Acaso me han sido arrebatados?

—Sí, para hacerte sentir a salvo.

Sonrío, el sabor de mis lágrimas me pone peor.

—Ya me lo imaginaba.

Se acurruca en mi campo de visión.

—Pero volverán con lentitud —aclara, suave.

—Y me convertiré en algo que no me gustará —concuerdo.

Encoge un hombro.

—Tal vez.

—¿Por qué tengo que pasar

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