Capítulo LXXVIII

Me apoyo en la pared para poder caminar. Maldigo que el pasillo sea tan largo, pero deseo irme a casa. No me gusta el olor a hierbas medicinales, que no son aromáticas. Me estremezco. El invierno nos azota más fuerte que en otros años. Contemplo el final del camino agotada, con las ganas irrefutables de echarme una siesta y me detengo con la nariz arrugada. No hay nadie más por aquí. Examino las puertas entreabiertas; detrás de ellas hallo ciertos guardianes enfermos y pueblerinos, pero ni rastro de los hechiceros y enfermeros. Subo la cremallera de mi gabardina para que no me fastidie al acelerar el paso, giro por el pasillo que da al salón comunitario, donde almorzamos, y suelto un suspiro. De hecho, ya están cenando. Bear, al verme, alza su mano y me saluda agitándola. Hago lo mismo, pero en general.

Paso de la sala. T

anto Tiger como Crow deben estar haciendo mi turno para que pueda descansar, sanar y l

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