Comemos en silencio por un rato, probando los otros aperitivos, pero no puedo concentrarme completamente en el sabor porque mi mente sigue susurrándome, diciéndome lo normal que se siente todo esto, pero que no debería.
—Hay tantos pensamientos detrás de esos hermosos ojos—, dice en voz baja, haciéndome mirarlo. —¿Te importaría compartir?—
—Estaba pensando que esto se parece mucho a una cita—.
—¿Sería tan malo si tuvieras una cita conmigo?—
Su pregunta me deja atónito. Y me confunde, porque no puedo entender si él realmente quiere saber la respuesta o si está jugando con mis emociones.
—No, no lo haría en absoluto.— Aparto la mirada de su sonrisa, pretendiendo concentrarme en conseguir un trozo de pera glaseada. —Pero si esto fuera una cita, estaríamos aprendiendo el uno del otro ahora mismo—.
—Pensé que ya lo estábamos. Pero adelante, aprende—.
Le pongo una cara exasperada. —¿Cómo es posible que parezca que me estás exigiendo que haga exactamente lo que te acabo de decir que hagas?—