UN PROTECTOR

La mansión Arriaga siempre había sido un lugar de elegancia y grandeza, con sus pasillos interminables y sus paredes adornadas con cuadros antiguos. Pero para Isabela, esas paredes parecían cada vez más frías e implacables, como si estuvieran diseñadas para atraparla en su propio dolor. Las horas se alargaban en la mansión, y la incertidumbre se apoderaba de ella con cada paso que daba.

Aquella mañana había comenzado como tantas otras, con la rutina monótona de la casa, hasta que la cruel intervención de Camila lo cambió todo. La escena de la alfombra manchada de té, la humillación abierta, el orden de arrodillarse para limpiar… Isabela todavía sentía el peso de esa vergüenza en su cuerpo. Sin embargo, algo en su interior había cambiado con la intervención de Darío, el hermano de Leonardo, cuya presencia, aunque repentina, le ofreció una extraña sensación de consuelo.

La Confusión de Isabela

Aún con la cálida presencia de Darío, Isabela no podía sacudirse la sensación de estar atrapad
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