Rous avanzó con pasos temblorosos hacia el moisés. —¡Maldito seas, Caleb! —gritó con voz rota, golpeando el moisés con el puño cerrado—. ¡Siempre con tus malditas palabras nobles! ¡Con tu ternura que me quema! ¡Con ese maldito amor que no sé cómo recibir!
Rous observó todos los regalos que se encontraban sobre la cama desordenada, se acercó y reviso cada uno de ellos, y tras una sonrisa de ironía y una lagrima que rodó como si le hiciera estorbo en su interior, entre sollozos murmuro. —¡Que desgraciado! Te di el maldito dinero para que te compraras algo para ti y me resultas comprándome estos regalos. ¿Hasta cuando Caleb? ¿Hasta cuándo entenderás que no puedo amarte como lo hacía a un principio?
Su desesperación, tristeza, dolor interno que la quemaba como brazas en el infierno, la hicieron romper una caja de los regalos y comenzó a escribir sin reparo: “Es mejor que desaparezca. No quiero que te sigas haciendo daño e ilusiones falsas conmigo."
La titubeante luz del cuarto apenas ilum