Sus ojos me escudriñan con odio, su respiración agitada por la rabia. Luce realmente hermosa hoy. El uniforme hace que se vea más joven y más excitante.
- ¡¿Cómo te atreves a provocar que me despidan?! – grita sin importarle que las personas la vean.
- ¿Te han despedido? – pregunto con fingida preocupación. – No puede ser posible, si tú eres una excelente camarera.
- Déjate de jueguitos conmigo. Quiero que entres ahora mismo y lo sobornes para que me readmita de vuelta.
- No puedo hacerlo, Pecosa – le digo con cara de inocente. – He gastado todo el efectivo que traía encima.
- Pues le haces un cheque. ¡Me da igual! – grita colérica.
- Me excitan tus gritos – le digo dando un paso al frente. Ella retrocede.
- ¿Q – qué? – tartamudea, sus mejillas están demasiado sonrojadas.
- Te he dicho que me excita que me grites, tanto como luces con el uniforme – le repito con voz calmada.
Ella traga saliva despacio y lleva una mano