Yo iba apretada junto a las armas de plata y los tarros de hierbas nocivas, mientras que en los asientos estaban Asena conduciendo y Hades con María abrazados.
—Hola, solo quiero recordaros lo mucho que os quiero.— me esforcé por contener las lágrimas, lo cierto es que nada me apetecía más que volver a esos momentos en los que estábamos tirados en la cama sin hacer nada más que querernos.— Y que nadie se acerque a la iglesia de San Xoán da Cova.
De pronto llegó un olor a mí que era como una bofetada sucia hasta los pulmones, lo reconocí al instante. Todos en la furgoneta lo notamos y cerramos las ventanillas, pero fue inútil.
—Son los pedos de lobo.— aclaró Asena.— Parece que está empezando.
Al parecer los franceses también lo notaban porque podía escuchar maldiciones y hasta arcadas a mis espaldas.