Tras unos segundos de gritos desesperados y convulsiones desmensuradas, decidí retirar la flor con un soplido para que dejase de hacer contacto con su piel. Volví a meterla en el bote a sabiendas de que podía ser terriblemente peligroso dejarla ahí.
La mitad superior de su cara había quedado realmente desfigurada, tenía aspecto de herida corrosiva y sus estragos estaban a punto de llegar hasta los ojos.
—Cela ne fait que commencer.— le advertí de que aquello no había hecho más que empezar y moví el bote cerca de él, ante sus ojos llenos de lágrimas.
—Suffisant.— exclamó y trató de llevar las manos hasta su bolsillo.
—¡Alto!— exclamé poniendo el bote en una posición más horizontal y se llevó las manos a la cara. No iba a arr