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Reescribiendo el destino. No volveré a amarte

Reescribiendo el destino. No volveré a amarteES

Cuento corto · Cuentos Cortos
KarenW  Completo
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Resumen
Índice

Había estado enamorada de Carlos Cruz, el mejor amigo de mi hermano y único jefe de la mafia de Nueva York, desde que tenía memoria. En la noche de mi vigésimo cumpleaños, mi hermano me prometió darme una gran sorpresa. Jamás imaginé que esa sorpresa sería un Carlos muy borracho y muy dispuesto a ser besado. Después de esa noche de imprudencias, el resultado fue un bebé. Carlos aceptó casarse conmigo tras quedar embarazada, pero el día en que nació Leo, no dijo ni una palabra, simplemente recogió sus cosas y desapareció rumbo a Francia por casi cinco años. Cuando regresó, estaba acompañado por Alexandra, su primer amor. Sin embargo, cuando ella nos vio a Leo y a mí, huyó, desapareciendo de su vida para siempre. Después de eso, Carlos volvió a mi lado, fue como si intentara ser el hombre que siempre necesité, como si por fin nos diera una oportunidad. Pero los cuentos de hadas son mentiras envueltas en un papel bonito. En el sexto cumpleaños de Leo, íbamos camino a cenar cuando los frenos del automóvil fallaron. El coche derrapó en la autopista y las llamas lamieron el motor. De inmediato, Carlos salió del auto, y cerró la puerta con llave. —Si no fuera por ti, Alexandra seguiría a mi lado. Ahora es tu turno de sufrir —exclamó. Fue en ese instante cuando finalmente lo comprendí: Carlos nunca me había amado. Cuando volví a abrir los ojos, estaba de vuelta en mi cumpleaños número veinte. Carlos estaba en mi cama, justo donde lo había dejado en el pasado. Sin embargo, esta vez no dudé, simplemente corrí. Y, al salir, hice la llamada que debí haber hecho la primera vez; contacté a Alexandra.

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Capítulo 1

Capítulo 1

Punto de vista de Isabel

Como un ángel caído, medio consciente, Carlos Cruz estaba tendido sobre mi cama, tenía la camisa arrugada y los dedos extendidos hacia mí, pronunciando mi nombre de manera arrastrada, completamente embriagado.

—¿Isabel? —murmuró, con los ojos apenas abiertos—. ¿Por qué estás tan lejos?

El sonido de su voz, tan familiar y desgarradoramente íntimo, me hizo sentir un dolor en el pecho.

Me quedé paralizada porque aquel fue el momento; el instante a partir del cual, todo salió mal en mi vida pasada.

Carlos me mostró una sonrisa lenta y perezosa, mientras se desabrochaba los botones de la camisa.

—Ven, Isabel.

Se veía como la representación de la tentación, el pecado, y todo lo que solía desear. Pero ya había aprendido la lección, así que no me acerqué, sino que di un paso atrás.

En mi vida pasada, mi hermano Damián, aquella noche me había entregado una copa de whisky con una sonrisa cómplice, ya que sabía que estaba enamorada de Carlos, su peligroso e intocable amigo, el jefe de la mafia.

Ya le había servido una copa a Carlos, diciendo que era para que se relajara.

—Si no te ama —me susurró Damián—, ¿qué daño les haría tener una aventura de una noche?

En ese entonces, era ingenua y creí que Carlos y yo éramos la pareja perfecta. Él era el despiadado rey del mundo mafioso. Yo, la hija del magnate de casinos más poderoso de Manhattan. Juntos, podríamos haber gobernado Nueva York.

Así que seguí el plan de mi hermano, dejándome llevar por la fantasía de que Carlos realmente me quería, lo permití todo: que me besara y que sus manos se deslizaran bajo mi ropa. Una noche, eso sería todo.

Pero esa noche llevó a un embarazo, luego a una propuesta apresurada del siempre honorable Carlos. Pensé que su amor crecería al compartir la responsabilidad de criar a nuestro hijo, que llegaría a amarme como yo lo amaba a él. Sin embargo, Carlos se fue el mismo día que di a luz, desapareciendo por cinco largos años.

Cuando finalmente regresó, no estaba solo. Traía a Alexandra, su primer y eterno amor, por quien nos había abandonado.

Ella me odiaba, al igual que a Leo, nuestro hijo. Por ende, le había dado un ultimátum: nosotros o ella. Pero antes de que él pudiera elegir, ella desapareció de su vida.

Por su parte, Carlos se quedó, por lo que pensé que nos había elegido, que había decidido estar con nuestro hijo… así que nos convertimos en la familia perfecta.

Hasta el sexto cumpleaños de Leo, cuando íbamos por la autopista, rumbo a cenar. De repente, los frenos fallaron y el coche giró fuera de control, había humo y gritos por todas partes.

Carlos salió rápidamente, y cerró la puerta con llave detrás de él.

Fue entonces cuando entendí que no me había perdonado por la desaparición de Alexandra, que, en verdad, nunca me había amado, no de verdad.

De vuelta a la realidad, pensé que algún dios cruel que observaba cómo mi vida se desmoronaba, me había concedido una segunda oportunidad; y esta vez no la desperdiciaría, le daría a Carlos exactamente lo que quería: a Alexandra.

Encontré su teléfono y deslicé la pantalla hasta ver su nombre, luego marqué.

—¿Alexandra? Carlos está dormido en mi habitación. Está borracho, así que deberías venir por él.

Carlos se removió en la cama, murmurando algo que no pude entender.

Quince minutos después, Alexandra irrumpió en mi habitación como una tormenta en tacones, con los ojos entrecerrados, y el rostro pálido por el esfuerzo y la sospecha.

—Todos saben que llevas años babeando por Carlos —dijo, cruzándose de brazos como retándome a decir la verdad—. Ahora, está en tu cama, solo, en tu cumpleaños. Y en vez de seducirlo, ¿me llamas? ¿Qué planeas, Isabel? ¿Realmente eres tan virtuosa… o estás tramando algo?

No tenía paciencia para sus dramas.

—No hay tiempo para tu paranoia —respondí con frialdad—. Carlos está borracho e inconsciente. Sácalo de mi cuarto, no me importa si lo arrastras a su casa o lo subes a un taxi, porque estoy segura de que no querrás que despierte en la cama de otra mujer, ¿verdad?

Alexandra me lanzó una mirada filosa, pero no discutió. Se acercó y apoyó el brazo de Carlos sobre su hombro, luchando con su peso. Lograron llegar al pasillo antes de que él cayera como un árbol derribado.

—Está demasiado borracho —resopló—. Será mejor que nos quedemos en la habitación de invitados.

—Por el pasillo, a la izquierda —murmuré—. Pónganse cómodos.

Pensé que mientras él estuviese con Alexandra, todo sería diferente esta vez.

—Ayúdame a levantarlo —pidió Alexandra—. No puedo cargarlo sola.

—Claro —respondí en voz baja y me acerqué a ayudar.

Carlos apenas se mantenía erguido entre las dos, y, cuando finalmente lo acostamos en la cama de invitados, cayó boca abajo con un suave gemido. Sin embargo, su traje seguía impecable y no tenía ni un cabello fuera de lugar.

—Ni siquiera intentaste besarlo, ¿verdad? —preguntó Alexandra arqueando una ceja mientras se acomodaba la blusa—. ¿Ni siquiera un pequeño beso furtivo?

Tragué saliva y negué con la cabeza.

—Ahora es todo tuyo.

Me fui antes de que pudiera decir algo más.

Momentos después, el sonido amortiguado de besos flotó por el pasillo. Luego gemidos y risas, mezclados con el inconfundible roce de las sábanas.

En un principio, me paralicé. Me dije a mí misma que ya no me importaba, pero esos sonidos apuñalaron algo dentro de mí.

Sentí agujas; pequeñas e invisibles, que atravesaron mis defensas y mi fuerza de voluntad, así que corrí, sin mirar atrás.

«Disfruta tu noche con ella, Carlos», pensé. «Te la devolví, tal como siempre quisiste».

Había subestimado el efecto del whisky.

Para cuando salí a la calle, la cabeza me daba vueltas y el estómago se me hizo un nudo.

Entonces llegó la visión borrosa y me tambaleé sobre mis tacones, por lo que me detuve en la esquina, agarrándome a un poste para no caer.

Esa zona me era desconocida, todo se veía áspero y sombrío. El único edificio con luces encendidas era un club nocturno que parpadeaba con un letrero que decía «RUBÍ» en neón rojo.

Muy elegante.

Revisé mis bolsillos; no llevaba el teléfono y solo tenía un poco de dinero en efectivo. No podría llamar a Damián para que me rescatara, perfecto.

Entre el callejón sucio y el club, elegí el mal menor.

Adentro, el club nocturno era oscuro, ahumado y vibraba con un sonido bajo. La música resonaba en mis oídos. Me abrí paso hasta la barra, zigzagueando entre cuerpos y destellos de purpurina.

—¿Agua? —le pregunté al camarero, parpadeando hacia arriba—. ¿O algo sin alcohol?

Me regaló una sonrisa lenta y divertida.

—Estás en el lugar equivocado para eso, bonita. Pero espera un momento, voy a revisar en la trastienda.

Asentí, agarrándome del mostrador para no caer.

Buscando un asiento, tropecé cerca de un reservado y caí directamente sobre alguien. Un regazo muy fuerte y masculino, que parecía demasiado pulcro para estar allí; llevaba la camisa abotonada y una chaqueta oscura, que dejaba entrever unos músculos muy marcados. ¡Por Dios, era hermoso!

—Lo siento —murmuré, medio aturdida—. ¿Trabajas aquí?

—Sí —ajustó su posición, sus pantalones se sentían fríos contra mis piernas desnudas—. ¿Estás sola? ¿Quieres que llame a alguien para que venga por ti?

—No —dije rápidamente, y, sin pensar, puse mis dedos sobre sus labios—. Hoy es mi cumpleaños. No quiero ir a casa todavía...

Sus ojos se alzaron hacia los míos; oscuros, inescrutables, devastadoramente intensos. Luego, con una ternura sorprendente, apartó mi mano de sus labios.

—¿Has estado bebiendo toda la noche, Isabel? —preguntó en voz baja, casi íntima.

—¿Me conoces? —parpadeé, intentando sentarme más derecha para verlo mejor.

Pero la habitación se inclinó y mis labios, sin previo aviso, chocaron contra los suyos.

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