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Capítulo 2: ¿Cómo estuvo tu día, querida?

POV de Cercei

Ver a Maria soportar semejante tormento, con estornudos constantes mientras apenas podía sostener la escoba, me rompía el alma. Le ofrecí mi pañuelo y tomé la escoba de inmediato para aliviarle un poco la carga.

 —¿Tomaste tu pastilla para la alergia? —pregunté mientras barría con facilidad los pétalos caídos.

 Ella se sonó la nariz antes de responder:

 —Ya se me acabaron.

—Pobrecita, tu nariz parece picada por una abeja —bromeé con suavidad, intentando levantarle el ánimo.

 —Cállate —rodó los ojos, aunque una risa se le escapó sin querer.

Ambas sabíamos que las bromas eran nuestro lenguaje secreto para sobrellevar el cansancio. Maria fue a sentarse en una banca cercana, buscando un respiro lejos de su martirio alérgico.

Mientras tanto, seguí barriendo. Las rosas blancas estaban por todas partes, lo cual no era sorpresa, considerando que el emblema de la manada MoonStone era justamente la rosa blanca.

—La verdad no entiendo por qué Vienna siempre tiene que ser tan cruel —dijo Maria entre estornudos, su frustración más que evidente.

 —Maria, por favor, cuida tus palabras. Alguien podría estar escuchando —le advertí, sabiendo lo peligrosos que podían ser los oídos ajenos.

Con nerviosismo, lancé una mirada rápida a mi alrededor, temiendo que alguien pudiera oír las críticas poco favorables que salían de su boca.

 —Ay, vamos, todas sabemos que es verdad —insistió, con el fastidio marcándole la voz.

 —Aun así, Vienna no tomaría bien esas palabras —volví a advertirle, consciente de las consecuencias que caían sobre quienes osaban hablar mal de la hija del Alfa.

—Pues puede quedarse con mi nariz —replicó Maria, señalando su nariz roja e hinchada con humor. No pude evitar soltar una risita.

—Deberías regresar adentro. Si Vienna te ve ayudándome, no le va a gustar nada —me dijo, preocupada. Y sin perder tiempo, se adueñó otra vez de la escoba.

 —¿Estás segura de que estás bien? —pregunté con cautela.

—No te preocupes, cariño. A este paso, ya siento que me están saliendo ‘abdominales’ en la nariz —me dijo, soltando otra de sus ocurrencias.

—Bueno, pero cúbrete la nariz mientras barres y toma tu pastilla —le recordé con un tono encantador.

 —Sí, mami —dijo burlona, sacándome una sonrisa.

Negué con la cabeza, divertida, y la dejé a cargo. Me dirigí de vuelta a la mansión, solo para encontrar otro desastre que Vienna había “accidentalmente” provocado.

Aunque el cansancio me pesaba en cada músculo, forzaba una sonrisa cada vez que Vienna daba una orden. Por más que me hiciera sufrir, sentía cierta compasión por ella. Después de todo, su madre, la Luna de MoonStone, había fallecido trágicamente al darla a luz.

Tras esa pérdida devastadora, su padre intentó llenar el vacío, quizás exagerando. Como resultado, Vienna creció mimada y altiva, incapaz de comprender los sentimientos de los demás.

Después de un día tan largo, por fin me dejé caer en mi humilde cama.

 —Deberías refrescarte un poco, cariño —me dijo Mamá.

Volteé la mirada hacia la parte de la habitación que compartíamos.

 Las tres dormíamos en ese espacio modesto del ala de las sirvientas, con solo dos camas y una ventanita diminuta. A veces encontraba consuelo mirando las estrellas a través de ese pequeño hueco, maravillándome con su belleza.

—¿Dónde está Papá? —pregunté mientras Mamá arreglaba con cuidado su cama.

 —Sigue en la biblioteca con Monsieur Remus —respondió, refiriéndose al Alfa.

Me dolían los brazos de tanto fregar durante el día. Vienna había derramado pintura no una, sino tres veces. Aun así, reuní fuerzas para levantarme y prepararme un baño.

Mis párpados caían de puro agotamiento mientras me cepillaba el cabello sin pensar.

 —Dame —Mamá tomó el cepillo con delicadeza de mi mano y comenzó a peinarme con ternura.

—¿Cómo estuvo tu día, querida? —me preguntó en tono suave y cariñoso.

 —Pregúntale a Vienna —respondí con un bostezo, lo que provocó una risita en Mamá.

 —Siento que tengas que lidiar con ella —dijo con tristeza.

 —No te preocupes, Mamá. Ya estoy acostumbrada —le aseguré.

Mamá se giró hacia mí, y noté una sonrisa nostálgica en su rostro.

 —¿Sabes? El Baile de la Luna está por llegar. Este año, la casa Crescent será la anfitriona —me contó.

Abrí los ojos con sorpresa.

 —¿Un baile?

Solo había visto banquetes así en la televisión o en libros. La idea de estar presente en uno me llenaba de ilusión.

—Vendrán todas las manadas del Norte y del Oeste. Cantarán, bailarán… y buscarán pareja —explicó Mamá, tocando mi nariz con su dedo al decir lo último.

Sabía que mi papel sería simplemente servir durante la velada, pero el solo hecho de estar allí, ver los bailes, la decoración, la música… ya me parecía un sueño.

 —¿Cuándo será, Mamá? —pregunté con emoción.

 —La próxima luna llena —respondió.

Mis ojos brillaron al instante.

 —¡Es la misma noche de mi cumpleaños! —exclamé, sin poder contener la alegría. Mamá soltó una risita.

Esa noche me dormí con una sonrisa. Un baile… un evento mágico que solo había imaginado… estaba a punto de hacerse realidad. No podía creer mi suerte.

Dicen que los cumpleaños deben ser especiales, y todo indicaba que este sería el más extraordinario de mi vida… o eso creía.

Mientras el sueño me envolvía con imágenes de vestidos brillantes y valses elegantes, no podía evitar preguntarme cómo sería todo. Los altos señores y el mismísimo Alfa asistirían, y mi curiosidad sobre su presencia y comportamiento era inmensa.

Con mil preguntas girando en mi cabeza, me dejé llevar por la emoción. Aún no sabía que ese día marcaría un antes y un después. Por ahora, solo me aferraba a la ilusión de un cumpleaños que prometía superar todo lo que había imaginado.

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