8. Alas al descubierto
Abrió como pudo la boca, puesto que todavía Axel tenía su mentón entre sus manos. Le fue dando de comer, grandes bocados.
— Por favor, me quiero ir de aquí —sollozó, aun así, siguió comiendo—. Déjeme ir.
— Todavía no puedo darte la libertad que quieres.
— Esto que me estás haciendo no es justo. Ni siquiera te conozco… ¿Eres familiar de Emely? —sus labios temblaron—. Le diré a mi papá que me cambie de universidad si ella no quiere verme…
—¿Quién es ella? —el interés en su voz no pasó desapercibido—. Habla.
— Es una de las chicas que siempre me molesta —sus mejillas estaban rojas—. Yo nunca le he hecho algo, pero ellas siempre me molestan y no quiero que después…
— No sé de quién diablos me estás hablando —acercó un poco más el plato hacia el ángel—. No quiero que después estés desmayándote por la falta de comida.
— Eso no pasará —susurró con más deseo de ponerse a llorar—. Esto que me está haciendo no tiene ningún sentido.
— Para mí todo tiene sentido —limpió los labios de la pequeña—.