DAKOTA
Retorcí mis dedos en la bolsa, tenernos en la sala de espera era más una tortura vil, un juego cruel.
Con nosotras estaba una pareja, ella estaba a punto de explotar con su enorme barriga y su esposo (quiero pensarlo), estaba tan atento a ella, que parecía que me derretiría el corazón.
Holly estiró su mano para tomar la mía.
—Tranquila.
—Es fácil decirlo—bufé.
Un doctor se acercó a la enfermera de recepción, Holly me apretó la mano, la miré confusa, ella veía al doctor, quien a la vez hechó una mirada hacia los que estábamos aquí en la sala.
Era Rafael.
Quien se quedó de pie viendo a Holly.
—Espérame un momento—me dijo.
Pero yo quería ir para escuchar lo que se tenían que decir.
Holly y él se acercaron, la enfermera se les quedó mirando y Rafael se dio cuenta, la llevó hacia el pasillo, alejándola de cualquier oído chismoso que pudiese estar cerca.
Mi única fuente de distracción se había ido.
La puerta se abrió y otra pareja salió, la doctora sacó la cabeza y llamó al otro mat