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Las luces dentro del submarino parpadeaban de vez en cuando mientras Cleo se sacudía entre las ataduras que mantenían sujetas sus extremidades a aquella silla de metal. Frente a ella había una gran computadora que mostraba algunos de los datos secretos del país. Tras ella había cinco hombres totalmente armados, esperando “pacientemente” a que la joven mujer se decidiera a aceptar las reglas que el jefe le había puesto.

Desde que había llegado a ese lugar había pensado en una sola cosa. La idea de robarle datos e incluso grandes cantidades de dinero a su país iba en contra de sus creencias. Simplemente no podía hacerlo, su padre no le había enseñado lo que sabía  para que en esos momentos deshonra su nombre y su alto rango.

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