Brian se voltea, tiene el cabello alborotado y los tres botones de la camisa sin abotonar, miro a un costado dónde la botella que horas antes estaba llena yace vacía.
Frunzo el ceño, ¿a este que le pasó?
—Acércate —exige, cuando ve que no muevo ni un músculo, dice—: no lo repetiré dos veces.
Con recelo, me acerqué, dejando un estrecho entre nosotros. Esta vez, si intentaba golpearme de nuevo, le iba a responder.
—Más, aún estás muy lejos —exclamó.
Rodé los ojos, y me le paré en frente.
—¿Qué? ¿Quiere golpearme de nuevo? —espeté, con agriedad.
Dió otro paso, y rozó mi mejilla, después de salir de la habitación, y dejar a Marcus tuve que beber unos analgésicos y ponerme un ungüento.
—Te lo merecías,