—Joven amo, traje la cena. ¿Puedo entrar?
El golpe en la puerta hizo que Livia, por instinto, se cubriera con la manta. Luego salió corriendo hacia el vestidor y cerró la puerta de golpe, presa del pánico.
—Cuidado, podrías tropezar —se rió Damian, mientras se ponía la ropa con toda calma.
—Adelante.
El mayordomo Matt entró y colocó con cuidado la bandeja de comida sobre la mesa.
—¿Necesita algo más, señor? —preguntó con educación.
—Gracias. Puedes ir a descansar. No saldré de la habitación.
Matt asintió, aliviado al ver que el humor de Damian era mucho más tranquilo que cuando había llegado.
Una vez que la puerta se cerró, Livia asomó la cabeza desde el vestidor. Al comprobar que todo estaba en calma, salió con su pijama puesto y se sentó junto a su esposo.
—¿Tienes hambre? —preguntó él.
—Sí. Comamos. Wow, esto se ve delicioso.
Tomó un trozo de fruta y acercó el plato principal.
—Cariño, ¿cuál quieres? —agarró el plato de Damian y empezó a servirle arroz—. ¿Qué plato quieres que te p