El auto redujo la velocidad y se detuvo a un costado de la calle llena de vida. A ambos lados había tiendas: algunas convertidas en oficinas, otras vendiendo mercancías, y unas cuantas más cerradas con letreros de “Se vende” colgando en las puertas.

Desde la ventanilla, Damian observó las hileras de locales, buscando el puesto donde vendían la ensalada de pato que tanto le había gustado a Livia en sus días de preparatoria.

Y entonces la vio—un pequeño puesto escondido frente a una tienda de albóndigas. Tan diminuto que cualquiera lo habría pasado por alto si solo miraba los grandes escaparates. Una fila de clientes esperaba pacientemente bajo la sombra de un frondoso árbol.

—Brown. —Damian dio un golpecito en el respaldo del asiento del conductor.

—Dijiste que este negocio existía desde hace tres generaciones. ¿Me mentiste? ¿Tienes deseos de morir?

Más temprano, Damian le había ordenado a Brown comprar los derechos del puesto de ensalada de pato, pensando que así Livia podría comerla