XI Lejana libertad

Samantha apagó la alarma de su teléfono antes de que sonara. No recordaba haber dormido. Había estado investigando toda la noche sobre la extraña muerte de la novia. Se puso las pantuflas al revés. No lo notó hasta que salió del baño. Bostezó cuatro veces de camino a la cocina. Era tarde cuando le llevó el café a su jefe. Él la miró de mala gana por el tiempo suficiente para incomodarla. Miró el café con la misma expresión.

—¿Estás enferma?

—Amo, no necesita ofenderme. Si hice algo que lo molestara, sólo dígamelo y lo remediaré.

Vlad rodeó su escritorio, plantándose frente a ella. De cerca la muchacha se veía mucho más espantosa. Las oscuras ojeras la hacían parecer un mapache, los ojos de cervatillo lucían irritados, rojos. Piel cenicienta y el cabello pajoso y apelmazado, sin brillo. Dudaba que estuviera sucio, ayer se veía normal y ahora parecía no haber sido lavado en días.

Samantha tenía un nudo en la

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