Capitulo 2

-Vamos Aquaman, ponte de incógnito, te toca - indicó Franchesco lanzándole a Juan su gorro.   

Lo único que tenía de Aquaman era la relación con el mar, había visto la película protagonizada por Jason Momoa unas diez veces y no había sacado ningún parecido, como mucho el que cada vez que visitaba un acuario se sentía observado por los peces. A parte de eso, nada más, pero los Rotonda no parecían tener intenciones de cambiarle el apodo.   

-Yo me veo más como Batman - murmuró cuando se quedó solo.   

Indudablemente se sentía como el personaje de cómic con pinta de murciélago, al igual que todos los participantes llevaba media cara tapada, un gorro de piscina azul que parecía que había tenido licra de sobra para llegar a cubrirle hasta casi toda la nariz. No tenía los picos como la máscara de Batman, pero en cuanto se le volviese a romper - que pasaría porque ya iba por su quincuagésimo gorro - le pediría a Diosdado uno negro como el antihéroe de los cómics. Al menos para poder reírse de sí mismo y no parecer una luz azul típica de la sirena de los coches policía cada vez que salía a la superficie nadando. A pesar de quejarse por su patético aspecto, lo prefería, así nadie le veía la cara. Aquí es Abasi Martinez, no Juan Moreno. El chico que hoy tendría que poner en marcha sus dotes de actuación para fingir lo mejor que pueda un duro calambre que le hará perder tristemente la carrera de la semana.   

Salir en bañador por un pequeño pasillo del oscuro establecimiento junto con algunos nadadores más siempre le había causado gracia. No solo por el contraste de que justo a tu lado pase un hombre con chaqueta y corbata o una mujer vestida igual de elegante, al fin y al cabo habían algunos que paseaban con menos ropa que ellos incluso, si es que la llevaban, sino también por las miradas serias de los más ricos tratando de infundirles miedo como si eso les motivase a ganar en su beneficio. Lo sentía por todos aquellos que le observan directamente, hoy iban a perder su preciado dinero.   

-... una lástima, es guapísima - escuchó de refilón una conversación de un hombre y una mujer, el primero con la camiseta tan desabrochada que ya Juan podía intuir que se lo había empezado a pasar bien.   

Ambos miraban con lujuria a una chica que servía bebidas, no iba con poca ropa como la mayoría pero es lo suficientemente guapa como para atraer aún así la atención de algunos. Juan no sabía su nombre, tampoco le interesaba, no quería relacionarse con nadie del Coderex, excepto los Rotonda que por más que intentó pasar desapercibido para ellos, no consiguió evitar hacerse su amigo. Son los únicos que sabían un poco sobre su vida fuera de este intermitente trabajo del que necesitaba el dinero, a pesar de su apariencia bromista e inmadura, son tremendamente confiables.   

Su parte favorita sin duda era esa, la resignación pacífica de los clientes al aceptar la fuerte protección que tenía el Coderex con sus trabajadores. Aunque la mayoría estuviese ahí para alegrarles la vista e incitarles a desinhibirse, estaba totalmente prohibido tocarles u obligarles a cualquier acto, también a acosarles verbalmente. Solo unos pocos gozaban con la suerte de una aventura de una noche con alguno de ellos y en todos esos casos, es el empleado el que tendría que sugerir el acercamiento si él o ella quiere.   

Aquí son muy malos, pero con principios.   

-Mirada al frente, Martinez - le dio un toque de atención Hercules al pasar por su lado, obligándole a centrarse en la espalda de otro competidor que tenía delante.   

Salieron como cada viernes por la puerta de atrás, enterrando los pies en la arena inmediatamente después de salir. A unos pocos metros, una ancha plataforma de madera a la orilla con mesas y sillones donde algunos trajeados ya ocupaban sitios para ver la carrera. Sabía que como cada vez, no estaban presentes ni la mitad de los que apostaban, a la mayoría le sobraba tanto el dinero que no les preocupaba el resultado y preferían aprovechar el tiempo en las instalaciones.   

De fondo podía escuchar la música caribeña del chiringuito, aquel bar que realmente es una tapadera para ocultar que escaleras más abajo se encontraba la mayor y más moderna casa de apuestas sin licencia de todo Venecia. Siempre le pareció curiosa la localización, aprovechando el relieve escalonado de la cala, habían conseguido que como si se tratase de un cuerpo humano, solo quedase visible el exterior del Coderex y su corazón, recónditamente escondido.   

-Competidores a sus marcas - informó por un micrófono Hercules atrayendo la atención de todos, no solo la nuestra. - Las apuestas quedan oficialmente cerradas, no podrán modificarlas ni retirarse bajo ningún concepto. Los ganadores tras la competición recibirán su premio en metálico y un bono de una semana sin pagar bebidas.   

A pesar de lo que se podría esperar de gente adinerada, comenzaron a berrear gritando los nombres de los nadadores, cada uno de su caballo de carreras como decía Franchesco, animando para hacerse con esa jugosa cantidad que había hoy a repartir. Juan se colocó junto al resto tras la tira blanca tirada sobre la arena, visualizando al fondo el oscuro mar que apenas se veía por la noche, pero del que se sabia de memoria la posición de cada roca. Graciosamente estaba eligiendo con cuál iba a aparentar chocarse por si no se sentía muy inspirado para fingir un calambre.   

Como siempre en los segundos restantes antes de que sonase el bocinazo de salida, todo pareció enmudecer para Juan, los gritos pasaron a un segundo plano como si fuesen eco, lo único que escuchaba con claridad era cada latido de su corazón golpeando contra su pecho anticipación, deseando de comenzar. Cualquiera que le viese pensaría que estaba emocionado por ganar, totalmente ajeno a la amañada carrera, pero la emoción de Juan se resumía en algo tan simple como que disfrutaba nadando, sea para perder o para ganar, amaba con su vida estar en el mar atravesando las olas.   

-¡Diez segundos! - gritaron los Rotonda haciendo rugir aún más al público. - ¡Que la diosa Toque os bendiga! - recitó Franchesco el lema de cada viernes.   

Enterró parcialmente un pie en la arena, inclinando el cuerpo preparado para comenzar en cuanto diesen la orden. Dio una mirada al público como algunos de sus compañeros, solo para aumentar la efusividad entre los apostadores dejándoles ver sus falsas ganas de ganar. Algunas caras eran ya conocidas para él, otras nuevas que no tardaría en recordar, todo el mundo que viene al Coderex repite, así que no seria la última vez que les viese. Ralentizó su común escaneo del público cuando sus ojos chocaron con una mirada azul eléctrica que resaltaba en la multitud y podía jurar que era la primera vez que la veía. Por la oscuridad apenas podía diferenciar el aspecto de la chica, a pesar de las pequeñas luces que iluminaban cada pequeña mesa. Bebía concentrada una copa de alguna bebida cortesía de Diosdado, sin gritar ni hacer escándalo como la mayoría que la rodeaban. No le dio importancia, en cuanto sonó la bocina apartó la mirada de la chica y comenzó a correr hacia el mar donde una divertida derrota le esperaba.

Hay muchos tipos de personas, más alegres o más tristes, más sociables o más introvertidas, más o menos cariñosas, pero hay un solo momento en la vida de cualquier hombre o mujer, que aun siendo la persona menos amable del mundo, su personalidad puede cambiar totalmente y adquirir un tono meloso y dulce.    

-Vamos, por favor, yo sé que tú puedes - alentó Juan pasando su mano por encima del volante de su coche. - Te prometo que a la vuelta te daré de comer, la mejor gasolina que encuentre, pero por favor, arranca.    

Juan sí se consideraba una persona cariñosa, sin embargo, la paciencia no es su fuerte, ni por asomo. En sus más profundos pensamientos, se veía a él mismo gritándole al coche, una mezcla entre súplicas e insultos motivada por el terror de llegar tarde a su trabajo. Allí no tiene tanta libertad como en el Coderex, si se retrasaba, su puesto peligraba.     

-¿Y si te lavo esta tarde? Vas a quedarte brillante y prometo dejar que Ricardo te mime - volvió a intentarlo apoyando su cabeza en el volante. - Por favor, hazlo por mí. Somos amigos ¿verdad? ¿Recuerdas ese viaje a la playa?    

Seguía hablándole mientras con cuidado, para que su coche no notase su nerviosismo, comenzaba a introducir lentamente las llaves en la ranura, soltando un largo resoplido cuando estuvieron dentro sin ningún ruido.    

-Bien, allá vamos chico, confío en ti. Somos un equipo ¿verdad?    

Poco le importaba la mirada de una señora que, apoyada en una farola esperando a un taxi, miraba el interior del coche donde estaba Juan como si estuviese loco por hablarle a una máquina. Tuvo ganas de sacar su móvil y enseñarle todos los vídeos que tenía de su compañero de piso Ricardo hablándole a sus máquinas, incluso algunas veces les llegaba a poner apelativos cariñosos en cualquier otro idioma.   

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