Azaleia
Por supuesto que yo no podía irme así como así y tampoco el resto. Habíamos visto como atrapaban a mi prima, al caballero y también a Rise. Estábamos en medio del bosque que era nuestro lugar y en vez de sentirme en calma, me sentía aprisionada.
—No podemos quedarnos de brazos cruzados... —decía Mer.
Yo miraba a toda la gente que habíamos logrado liberar, ahora estaban todos en medio del bosque. Habían señores y señoras mayores, jóvenes, y algunos pocos sacerdotes y sacerdotisas. Yo sabía que ya algunos había muerto mientras los soldados atacaban y el corazón se me encogía.
La mayoría de los animales también se había dispersado, quedaban unos pocos, la pequeña ardilla que no me dejaba y también el lince que ahora se enredaba entre mis piernas. Veía a Ónix agitado caminando de un lado a otro y a su padre viéndolo preocupado.
—¿Qué hacemos?— le susurré a los lobos y me miraron inmediatamente y ya sabía su respuesta.
—Tenemos que volver... —dije y la idea no nos agradaba