A la mañana siguiente al despertar, vi a Marcela acostada a mi lado y comprendí que había sucedido lo peor.
Y para empeorar las cosas, Marcela comenzaba a despertar.
Mi corazón se aceleró mientras intentaba frenéticamente pensar cómo explicar esta situación.
¿Decir que Carlos me dio la tarjeta? Seguramente lo negaría.
¿Acusar a Carlos de drogarme? No tenía pruebas, y aunque encontrara el recibo del delivery, estaba a mi nombre.
Además, era poco probable que Marcela creyera que su esposo, con quien compartía su vida, fuera capaz de algo tan ruin.
Antes de poder decidir qué decir, Marcela despertó y nos quedamos mirándonos.
Para mi sorpresa, no reaccionó violentamente como esperaba, sino que se quedó sentada en la cama, como recordando algo.
Después de un momento, las lágrimas comenzaron a rodar por su delicado rostro.
—Marcela, lo siento mucho —me apresuré a disculparme—. Lo de anoche fue un accidente, no quise aprovecharme de ti.
—No es tu culpa —respondió con voz ronca—. Fui yo... beb