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La oficina del FBI en Federal Plaza era exactamente tan intimidante como Michaela imaginaba: paredes grises, iluminación fluorescente que hacía que todos lucieran enfermos y agentes especiales cuya expresión sugería que habían visto suficiente mierda humana como para no sorprenderse por nada.

La agente Sarah Chen —sin relación con la doctora de Michaela, como aclaró inmediatamente— escuchó su testimonio con atención profesional, tomando notas en una tablet mientras Nick proporcionaba la evidencia que su equipo de seguridad había compilado.

—Entonces tenemos acceso no autorizado a registros médicos, cuentas financieras, correos electrónicos privados y, potencialmente, vigilancia física. —Chen revisó los documentos—. Es un caso sólid

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