Una primera vez única

Después de darse un baño relajante en el jacuzzi, Amanda abre el guardarropas buscando algo que ponerse acorde al momento que está por vivir, es su primera vez, será la primera vez que se desnuda delante de un hombre, será la primera vez que ve a un hombre frente a ella, dispuesto a poseerla. Nunca imaginó su primera vez de aquel modo, siempre soñó estar en brazos del hombre que amaba y entregarse a él, por amor.

—¿Quién te dijo que tu vida era común, Amanda? —se increpa a sí misma mientras se mira al espejo— Nada en tu vida ha sido fácil ¿por qué soñaste que sería diferente tu primera vez?

Siente un nudo en la garganta y ganas de llorar, pero no quiere verse vulnerable, ni sentir lastima por ella misma. Todo aquello fue decisión suya, ahora debía acarrear con las consecuencias de sus actos. Llegó la hora esperada, se colocó la bata de seda color rosa y se miró una vez más al espejo. Escuchó los pasos de Pablo acercarse y su corazón comenzó a latir rápidamente.

Amanda estaba nerviosa, temblaba de miedo, fue su decisión aceptar la propuesta de Pablo; ahora no podía evitar lo que estaba por suceder entre ellos. Pablo en tanto, se acerca a la habitación de su jefe, tendrá sexo con aquella chica y ya. Era mejor, no llenarse de expectativas falsas. Aún así, le sorprende saber que aquella chica que apenas llevaba horas conociendo se hubiese convertido en algo tan especial en su vida. No era la primera vez que se sentía atraido por la mujer elegida por su jefe. Alejo se había convertido en una especie de rival para él; primero fue Elena, desde el primer instante que la vio sintió que era la mujer de su vida, solo que para ella había cosas más importantes: dinero y poder.

—Elena, huyamos juntos. Tengo guardado mis ahorros, además sabes que haría lo que fuera por estar a tu lado.

—No puedo hacer lo que me pides, entiende que Alejo nos mataría, además no te amo, lo nuestro es sólo placer, buen sexo no lo niego, pero no hay un futuro entre nosotros.

Aquellas palabras aún están en su cabeza dando vueltas sin parar. Ahora estaba frente a Amanfa, eran dos gotas de agua, excepto por el color de su cabello y su piel, Elena era un poco más oscura. Pero su rostro, esos labios carnosos que aunque no los había besado, ya imaginaba su textura y sabor. Se aproximó lentamente hasta ella, Amanda lo observa y tiembla por dentro. Él la sujeta de ambos brazos y la aproxima hasta sentir la tibieza de su piel. Siente su respiración agitada, el perfume de su piel, puede ver como ella tiembla y su piel se eriza.

—No quiero que tu primera vez sea un mal recuerdo. —ella asiente, él la sujeta de la barbilla y comienza a besar sus ojos, su nariz, sus mejillas, mientras ella aguarda por sentir sus labios en los suyos.

Pablo nota su ansiedad, sonríe y abraza sus labios con los suyos, Amanda siente que su cuerpo comienza arder con la humedad de sus labios y de su lengua juguetona que entra y sale de su boca. Siente como su vagina se contrae una y otra vez, nunca antes sintió algo así, eso la cohibe un poco de reaccionar a sus instintos. Aún así cuando Pablo desliza sus manos por su espalda y la aprisiona contra su pecho, ella siente que las piernas se le van y se sostiene de su cuello con ambas manos. Él la dirige hacia la cama, le quita la bata de seda y la deja con la parte de abajo, sujeta el tirante y también lo baja para besar suavemente sus hombros, los pezones de ella se yerguen como un par de soldados que van a la batalla, un primer gemido escapa de sus labios, mientras él continúa bajando un poco más, cada vez un poco más.

Él acaricia con su mano, la redondez de sus senos, y se dispone a saborearlos uno por uno, luego los junta y desliza su lengua húmeda por ambos, mientras un río parece desbordarse dentro de su vagina. Amanda gime por segunda vez, ya es imposible ocultar que está disfrutando de aquel momento, Pablo intentó no ser débil pero en cosas del corazón, nunca lo que se piensa es lo que sucede. Él continúa bajando, la bata se desliza y cae al suelo. Ella cierra los ojos, no quiere verlo frente a frente, Pablo se arrodilla y besa su vientre, con sus labios y lengua dibuja el contorno de su abdomen bajo, ella tiembla, tiembla de deseo y de placer, el miedo se ha ido desea ser suya.

Pablo besa su pelvis antes de adentrarse a probar sus labios verticales, su lengua se abre paso entre sus pliegues y ella siente que va a estallar de placer. Él separa un poco sus piernas para poder hurgar sin inhibiciones. Su lengua va y viene por la hendidura que separa sus labios verticales. Él nota que ella está suficientemente excitada y lubricada. Se levanta, ella lo observa el la besa nuevamente, esta vez con deseo, con avidez. La recuesta sobre la cama y comienza a desvestirse, Amanda quiere cerrar los ojos apenada, pero no quiere perderse el espectáculo de ver a Pablo desnudo, de contemplar a aquel Dios griego desvestirse y mostrarse por completo.

Los pectorales de él, son firmes y definidos, su abdomen parece cincelado por el mismo Miguel Angelo. Él comienza a bajar su bóxer, ella cierra los ojos, hasta allí no llega su curiosidad. Escucha su risa, él sabe que ella no está acostumbrada a ver a un hombre frente a ella, se arrodilla, abre nuevamente las piernas de ella, Amanda enarca su espalda deseando que él vuelva a enloquecerla con sus labios y lengua. Él se inclina hacia adelante, encaja su cuerpo entre sus piernas, ella puede sentir su respiración cerca, abre los ojos y se encuentra con los suyos, Pablo coloca su falo en su vagina y lentamente se mueve para penetrarla, siente su humedad, su tibieza y su estrechez, es la primera vez también para él, la primera vez que está con una mujer virgen, ella está agitada pero no lo detiene, inesperadamente ella acaricia su espalda amplia y musculosa, él comienza a sentir su falo más rígido, bombeando con rapidez, con un movimiento firme y preciso de su cadera, la penetra, ella clava sus uñas, él quiere desistir.

—Sí no quieres, me detengo. —ella niega con su cabeza, él está loco por penetrarla, por hacerla suya, por poseerla.

Al ver que ella aún está decidida, nuevamente él la penetra pero esta vez más profundamente, sentir tanta humedad lo enloquece y comienza a moverse cada vez más rápido, mientras ambos gimen de placer y deseo, los cuerpos danzan y sus sexos se estremecen tras cada movimiento. La emoción de Pablo es tal, que no controla su orgasmo y se corre dentro de ella. Como puede saca su falo y termina de chorreando su entrepierna. Él se levanta, va hasta el baño. Ella siente un leve ardor, mas no puede negar que desea sentirlo nuevamente. Se sienta y ve los restos de sangre sobre la sabana de seda. Él se ducha rápidamente, sale envuelto en la toalla, comienza vestirse, ella sólo lo observa en silencio, tiene ganas de más.

—Ve y báñate, yo recogeré las sábanas, de todas maneras es normal que las mujeres luego del parto reglen un poco. —Amanda no responde, Pablo se altera al ver que ella no dice nada. —Ve a ducharte por Dios.

Ella toma la sábana se cubre y va hasta el baño. Pablo desviste la cama, toma todo y lo coloca en la cesta de ropa. Sale de la habitación un tanto abrumado, Se suponía que al estar con ella todo habría terminado, mas por una extraña razón, él siente que no puede sacarla de su mente. Amanda en tanto, se observa frente al espejo, ya no era la misma chica de minutos atrás, había perdido su virginidad con un desconocido, lo peor de todo es que no se arrepentía, muy por el contrario deseaba estar con él, nuevamente.

Esa noche, ninguno de los dos pudo dormir, se ansiaban y deseaban más de lo que debían, Amanda prefirió dormir en el sofá de la habitación de la niña, aún no sabía cómo llamarla, durante la madrugada la pequeña despertó varías veces, ella la tomó entre sus brazos, aquella conexión entre ella y la niña era especial, era como si realmente hubiera algo que las uniera más allá del secreto de la muerte de su madre y de su deber de protegerla de Alejo Troconi.

—Te llamarás Emma, porque serás valiente y poderosa, mi amor. —La niña parece entender las palabras de Amanda, una leve sonrisa parece ser la respuesta de aprobación.

La mañana siguiente, Amanda bajó hasta la cocina, la empleada la saludó emocionada, ¿Quién era aquella mujer risueña y de rostro afable?

—Señora Elena, que bueno que regresó. —abrazó a Amanda y ella se quedó sin reaccionar.— Disculpe —dijo la mujer separándose de ella, no pude evitar emocionarme. Sé que no le gusta que la abrace, no pude evitarlo.

—No, no te preocupes.

Por suerte, para ella Pablo apareció de la nada, se acercó a la empleada, colocó su brazo sobre su espalda.

—Qué te parece Cristina, la dueña regresó ayer y trae a la heredera del jefe. —la mujer no pareció sorprenderse, tal vez sabía que ella estaba embarazada, fue lo que pensó Amanda, por lo menos ya sabía su nombre.

—Sí, Cristina. La pequeña Emma está con nosotras.

—Lindo nombre —respondió Pablo.— Así se llamaba mi abuela.

—Es un hermoso nombre señora, felicidades para usted y el patrón.

Amanda volvió a sentir cierto sarcasmo en las palabras de aquella mujer ¿Qué tanto conocía a Elena y sobre todo, qué secreto compartían?

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