La noche caía sobre el palacio de Zarathia, envolviendo los majestuosos salones y corredores en un manto de sombras. En un rincón oscuro del ala este, donde los sirvientes y guardias solían reunirse para escapar de las tensiones de la corte, Cassian estaba sentado, con una jarra de vino en la mano y los ojos cargados de emociones. Había bebido más de lo que acostumbraba, y su lengua, aunque normalmente reservada, comenzaba a soltarse.
A su alrededor, un grupo de guardias y sirvientes lo escuchaban en silencio. Cassian era conocido por ser el hombre más leal a la princesa Verónica, y verlo en ese estado era algo inusual.
“Dime, Eryas,” dijo Cassian, dirigiéndose a uno de los guardias, “¿alguna vez has amado algo que sabes que nunca será tuyo? Algo que te consume, que te destroza, pero que no puedes dejar ir.”
Eryas, un hombre mayor con cicatrices en el rostro, frunci&oac