—Qué ingenuos...
Gloria se incorporó con esfuerzo, cubriéndose la mejilla ardida con una sonrisa torcida que apenas lograba sostener.
—¿Buscar a Elena? ¿Y a dónde creen que van a encontrarla? Ya se fue del país.
Alzó la voz con una tranquilidad cínica:
—¿No vieron el fondo en su última videollamada? Estaba en la sala de espera de vuelos internacionales.
Los miró a los tres, atrapados entre la culpa y la ilusión, y soltó una carcajada quebrada, casi histérica.
—¿Y qué si es su hija biológica? Igual que un perro sin dueño, se largó… No, esperen. Me equivoqué.
Hizo una pausa, levantó la mano y señaló uno por uno:
—No fui solo yo. Fuimos nosotros. Los cuatro la echamos.
—Mi querido papá, mi dulce mamá, y tú, Hugo...¿Orgullosos?
—¡Cállate, maldita loca!
Hugo no aguantó más. Los ojos se le llenaron de sangre, la mandíbula le temblaba, y como una fiera, se lanzó sobre ella con toda su rabia.
Pero Gloria reaccionó primero. Se giró y se escondió detrás de Ana, que ni siquiera tuvo tiempo de apa