— ¿Qué mierdas haces aquí? — exige saber Itzam.
En su rostro, tenía estampada una sonrisa que a cualquier otra le parecería dulce, pero a Milenka le resultaba espeluznante.
— Tu prima me obligó a venir — se defendió, y aunque quiso sonar segura, su voz denotaba temor.
— ¿Te puso una pistola en la cabeza? ¿Te sacó a la fuerza de la casa? — espetó Itzam.
— No, pero…
— Entonces no te obligó. Estás aquí porque quisiste y eso es una falta muy grave para nuestro acuerdo, sin contar que eres menor de edad. ¿Te das cuenta del riesgo en que nos has puesto? — manifestó con irritación.
Milenka era mucho más bajita que Itzam, así que su cara quedó a la altura de su pecho.
«Sabía que se iba a molestar, pero, aun así,