Apenas dijo eso, Mateo cortó la llamada de golpe. Su última frase venía cargada con una rabia que me dejó de piedra.Me quedé mirando el teléfono, inquieta por todo ese lío del dinero que mi papá pidió prestado.
Cuando Mateo mencionó eso, me vinieron a la mente todos los problemas del pasado.
Mi papá debía una fortuna, y toda la presión caía sobre mí.
No podía ser que no me hubiera buscado en todos estos días.
Y además, Mateo dijo que no le había pedido más dinero.
Entonces, ¿a quién más pudo habérselo pedido?
Mientras más lo pensaba, más me angustiaba, así que lo llamé.
—¿Hola, Aurorita, qué pasa mi niña? —contestó mi papá, y de fondo se oía gente jugando a las cartas.
¿Desde cuándo aprendió a jugar eso? ¡Si nunca había sido alguien de ese tipo!
Y con tantas deudas encima, ¿de dónde sacó dinero para sentarse a jugar?
Tratando de controlar todo lo que me estaba rondando en la cabeza, le pregunté tranquila:
—¿No me habías dicho que perdiste siete millones en esa inversión? ¿Ya conseguist