Capítulo 4. Cuidando del príncipe

—¡Lo encontré! —gritó un soldado. Su mirada estaba puesta en el suelo. Levantó la cabeza de inmediato e intentó ir hacia ahí. Pero la persona que la sostenía de su brazo no la dejó. Frunció el ceño y volteó a ver, era Kaira.

—No se preocupe, princesa, lo traerán hasta aquí —dijo la joven sanadora.

«¿Estaba preocupada por el príncipe?»

Trató de convencerse de que era porque no quería ver morir a nadie, ni siquiera a él. Pero su corazón parecía empeñado en hacerle saber algo más. Sus ojos volvieron a ponerse acuosos cuando vio a varios hombres que cargaban el cuerpo de Erik. Esta vez nadie la detuvo y corrió hacia él. Tomó su mano mientras lo colocaban en una especie de camilla.

Se colocó de rodillas a un costado de su cuerpo, mientras al otro lado Kaira empezó a examinarlo. Hedda tomó el rostro del príncipe en sus manos.

—Príncipe —musitó mientras limpiaba la tierra de su rostro—, Erik —volvió a llamarlo ella, pero no obtuvo ninguna respuesta.

—Presiona aquí —Le pidió Kaira, Hedda sin dudarlo lo hizo. Erik tenía una herida en su cabeza y la sangre había manchado sus ropas. La joven experta preparó unas hierbas que ayudarían a detener el sangrado. Luego de vendarle, abrió la camisa del príncipe y examinó su cuerpo.

—Al parecer no tiene huesos rotos, pero debemos llevarlo al palacio cuanto antes. —Levantó su cabeza y miró a Jensen. Este asintió y supo qué hacer de inmediato.

Entre ella y Kaira limpiaron el cuerpo del príncipe y vendaron sus heridas.

—¿Dónde está mi hijo? —Escuchó segundos antes de que la puerta de la habitación se abriera. La reina entró y detrás de ella el rey. Kaira se levantó de inmediato e hizo una reverencia, pero a ellos no les importaba en ese momento ningún protocolo. Tampoco a Hedda.

—¿Cómo está? —Preguntó el rey.

—Tiene varios golpes, el más grave es en su cabeza. Le hemos suministrado la medicina necesaria. Deberá permanecer en cama al menos unos días —Informó Kaira— El príncipe, estará bien. —Dijo con certeza. Eso los tranquilizó.

—Hijo, despierta —Susurró la reina.

—Dormirá por algunas horas —Confirmó Hedda.

—Su majestad —dijo Kaira dirigiéndose al rey—, es recomendable que lo dejemos descansar.

—Mi reina, el medico tiene razón —dijo el rey. La reina asintió de acuerdo, aunque prefería quedarse, no era la primera vez que lo había visto en ese estado, incluso había estado a punto de morir antes, pero jamás podría acostumbrase a ver a uno de sus hijos postrado en una cama.

—Mi reina, alguien debe quedarse a cuidar del príncipe toda la noche, necesito darle unas recomendaciones. Yo vendré temprano en la mañana para examinarlo.

—Reina Signy, el príncipe Raner y la señorita Maija vienen en camino —dijo una sirvienta que estaba en la habitación.

—Pero llegarán casi al amanecer —interrumpió el rey.

—Yo cuidaré de él —ofreció Hedda—. He estado con él desde que lo sacaron de la mina y tengo el conocimiento médico para cuidarlo.

—Ella tiene razón —intervino Kaira—, no solo vio cómo traté al príncipe, también fue de mucha ayuda curando a los heridos en la mina. Sé que la señorita Maija ha cuidado de su alteza, pero por el conocimiento que tiene la princesa Hedda en medicina, no tengo dudas de que ella debería cuidarlo.

—¿Estás segura? Te ves muy cansada —cuestionó la reina casi ignorando a Kaira. Ella no esperaba menos de la futura esposa de su hijo, pero necesitaba ver su determinación y devoción hacia el príncipe, algo que no había demostrado en un principio. Pero quizás podía confiar en sus habilidades médicas.

—Estoy segura —respondió sin titubear.

—Estoy de acuerdo —dijo también el rey y se acercó a ella colocando una mano en su hombro—. Nos quedaremos en el palacio, avísanos si algo sucede. —Ella asintió. Luego de que los reyes se fueran, se quedó a solas con Kaira.

—¿Quién es Maija? —preguntó. Kaira tardó unos segundos antes de responder.

—Es hija del difunto general Howard. Creció junto a los príncipes. La reina la trata como a una hija.

—Oh.

Hedda por un momento había temido que no la dejaran quedarse con Erik. Eso hubiera significado que no confiaban en ella y no los culparía por eso. Se sentó en la cama y tomó su mano.

—Eres un imbécil, te dije que tuvieras cuidado. —Lo regañó, como si él la escuchara. Unos toques sonaron en la puerta, luego esta se abrió.

—Señorita, le traje su cena y algo de ropa.

—Gracias, Nilsa, lo necesitaba —La joven dejó la comida y la ropa, luego se marchó.

Primero entró al baño que estaba en la habitación para darse una ducha. Tomó un pequeño frasco de vidrio y vació un poco en la palma de su mano. Pudo sentir varios aromas, el principal era la madera como si estuviera en medio del bosque y la brisa hacía sentir los diferentes aromas de las flores y frutas silvestres. No dudó en usar ese para lavar su cuerpo. Después de su baño comió un poco de la cena que su sirvienta le había traído.

Apagó todas las luces, solo dejó encendida la lámpara cerca de la cama. Se estaba debatiendo en si acostarse con él en la cama o no. Se sentía demasiado incómodo para ella dormir en la misma cama que él, así que optó por buscar una manta gruesa y acostarse en uno de los sillones de la habitación, desde ahí podía verlo y estar pendiente de él. Se quedó observándolo por un buen rato hasta que sus ojos se cerraron por el cansancio.

Escuchó un ruido y una voz llamándola. Rápidamente abrió los ojos y se sentó, su mirada se dirigió hacia donde estaba Erik. Lo vio moverse y luego sentarse en la cama.

—Hedda —la llamó él, su voz era más ronca de lo normal. Hizo el intento de levantarse y fue cuando ella rápidamente de un salto se levantó—, Hedda —llamó él un poco más alto.

—Estoy aquí —respondió ella de inmediato mientras caminaba hacia él. Él giró con dificultad un poco su cuerpo para verla. Le extendió una mano y ella la tomó—, aquí estoy —Repitió. Erik tiró de ella y se aferró a su cuerpo envolviendo sus brazos en su cintura. Ella colocó sus manos en sus hombros con cuidado de no lastimarlo.

La puerta se abrió de repente y uno de los guardas que custodiaba la entrada entró y dijo:

—Perdón, su alteza, lo escuchamos llamar. ¿Todo está bien?

—No te preocupes, todo está bien —dijo ella. El guarda asintió y salió de la habitación. Ella volvió su atención al príncipe.

—Creí que te habías ido —musitó él. Parecía un niño que recién había tenido una pesadilla.

—No podría —dijo ella sin analizar sus propias palabras—. Príncipe, no debe levantarse, vuelva a acostarse —pidió ella. Él se tuvo que obligar a separase de ella. Hedda acomodó mejor las almohadas e hizo que volviera a acostarse.

—¿Te irás? —preguntó él tomándola de la mano. Ella se sentó a su lado.

—No, me quedaré aquí, con usted —Él la miró como si no le creyera—. Lo prometo —dijo al leer su duda.

—¿Lograron salir? —Hedda asintió, sabía a quienes se referían.

—No se preocupe, todos están bien —respondió con una sonrisa tranquilizadora. No le extrañaba que todos los que lo rodeaban lo amaran. Se había arriesgado para salvar las vidas de los demás. Recordó cómo los que estaban con él dentro de la mina relataron lo que había sucedido.

Erik hizo un esfuerzo y volvió a sentarse, Hedda colocó sus manos en su pecho para detenerlo.

—Príncipe, vuelva a la cama —ordenó ella. Él la tomó de las muñecas y se dejó caer lentamente en la cama atrayéndola consigo. Ella colocó sus brazos a ambos lados de su cabeza para poder sostener su propio peso. Sus rostros quedaron a nada de rozarse.

—Eres muy bella —dijo en apenas un susurró antes de besarla. Erik con una mano sostenía su cabeza evitando que ella se alejara, y con su otro brazo rodeaba su cintura. Hedda no tardó nada en rendirse olvidándose de todo incluso del estado en el que él se encontraba. Aunque ahora dudaba de que él estuviera tan indefenso, si tomaba en cuenta la forma como apresó su cuerpo contra el suyo. Podría decir que no hubiera podido escapar aun si lo intentara.

Todo pensamiento se esfumó de sus mentes, solo quedaba el placer que sus cuerpos sentían en ese momento. Se dejó llevar por él, porque no tenía las fuerzas para resistirse y tampoco pensó en hacerlo. Su mano se paseaba por su espalda y cintura. Podía sentir su cuerpo excitarse conforme pasaba el tiempo. Colocó una mano sobre su pecho y no le pasó desapercibido que su corazón latía muy rápido.

Erik dejó ir sus labios un tiempo después para recuperar el aliento. Sus rostros aún estaban pegados y el cabello de Hedda caía a un lado como una cortina y él se sintió envuelto por su belleza. Enredó sus dedos en su cabello y la miró, tenía su mirada llena de deseo y la imagen seductora de ella lo invitaba a olvidarse de todo y tomarla ahí mismo.

—Quédate conmigo —pidió él.

No estaba segura de lo que en realidad le pedía. ¿Quedarse con él esa noche o para siempre? De todas formas, ella asintió. Hubiera sido bueno poder tener la capacidad de hablar, pero aún estaba aturdida por el reciente beso. Erik hizo que se acomodara sobre su brazo y los cobijó a ambos antes de atraerla más a su cuerpo y abrazarla.

Hedda no sabía cómo, ni por qué, y la verdad no quería pensar en ello en ese momento. Pero su cuerpo se sentía bien donde estaba. Su cabeza descansaba en el pecho de Erik al igual que uno de sus brazos y se dejó llevar por el cansancio. Debería ser pasada la medianoche y pensar en todo lo que había ocurrido solo haría que se sintiera más agotada. Dejó que la sensación de comodidad la embargara y se sumiera en su sueño. Después de todo tendría que acostumbrase en el futuro a dormir con él.

—Lo siento, señorita, por ahora no puede pasar —dijo el guarda en un susurro, evitando levantar la voz. Maija frunció el ceño.

—¿Por qué no? —cuestionó la joven, en el mismo tono de voz. Luego de bajarse del carruaje fue directo a la habitación del príncipe. Alguien los había encontrado de camino y les dio la noticia de lo que había ocurrido.

—Su alteza está descansando —el guarda contestó siempre en voz baja.

—Lo sé, nos enteramos del accidente en la mina. Debo ver que el príncipe está bien.

—No se preocupe, la princesa está cuidando de él.

—¿La princesa? ¿Astrid?

—No, la princesa Hedalis, prometida del príncipe.

—Entiendo. —Maija se dio la vuelta y se fue del lugar, antes de mostrar lo que sintió al escuchar esas últimas palabras. No era como si no supiera sobre el compromiso, pero aún no estaba preparada para verlo con la mujer que sería su esposa. Entró a su habitación y se dejó caer en la cama.

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